Terapia de riesgo

La desaparición en circunstancias extrañas de Lucena, uno de los técnicos del Hospital, inquietaba a Diana. Era difícil para ella no simpatizar con este viudo aficionado a la botánica, de carácter afable aunque poco comunicativo, al que algunos tachaban de raro.

Dejando aparte sus peculiaridades Lucena era, ante todo, un buen hombre al que la muerte de su mujer había afectado mucho, quizás demasiado. Así lo creían los Mossos d´Esquadra que investigaban su desaparición y así pensaba Lluís Nicolás, el director del Hospital, más interesado en que se diera por válida la hipótesis del suicidio que en averiguar lo que sucedió realmente con su empleado. El supuesto de un asesinato podría poner en peligro el prestigio del Hospital del Mediterráneo y manchar de algún modo el buen nombre de la Fundación Sokolov, la ONG que prestaba ayuda a niños moldavos, formaba parte del complejo hospitalario y participaba en su financiación. Por otra parte, este tipo de noticias tampoco convenían a la carrera política que el propio Lluís Nicolás se esforzaba por encaminar.

Diana Cladellas era uno de los peones que hacían su labor en el Hospital del Mediterráneo. El centro se edificó sobre la antigua clínica Tarraco y estaba dedicado a la cirugía plástica y estética. El Hospital también había abierto una línea de investigación médica y Diana formaba parte de este área. Se encargaba de estudiar los mecanismos de regulación de la telomerasa mientras trataba de reconstruir los restos de lo que habría sido una prometedora trayectoria profesional, si un embarazo y una depresión no la hubieran interrumpido. Ahora, a sus casi cuarenta años y en la mitad de su vida, se encontraba con un matrimonio que hacía agua por todas partes, una hija a punto de marcharse al otro lado del mundo y el doctorado pendiente todavía. Tal vez por eso aceptó la proposición de su marido, aunque ello significara mudarse a un pueblo pequeño y romper con todo lo anterior. La oferta de trabajo que Claudi recibió en el nuevo Hospital era una gran oportunidad para él e incluía un puesto para ella de investigadora; esto le ofrecería un nuevo comienzo para poder tomar de nuevo las riendas de su vida.

El ayudante que le fue asignado para sus estudios era Lucena, un técnico de laboratorio que compartía con otro investigador, el médico turco Mark Günev. Su desaparición desató muchas incógnitas en la mente de Mark, que apostaba más por un complot que por el suicidio de su colaborador, haciendo partícipe a Diana de sus sospechas. Ambos estarán dispuestos a desafiar cualquier norma para dedicar todo su esfuerzo en averiguar lo que se encuentra tras la desaparición del técnico, adentrándose cada vez más en la cara más turbia del negocio oculto tras la impecable imagen que presenta la ciencia de la salud: la utilización de la medicina con fines poco éticos, los intereses económicos de las organizaciones sin ánimo de lucro, la ambición de los investigadores, el egocentrismo de los genios del bisturí y la obsesión malsana e inútil por encontrarle freno al paso del tiempo.