Salvatore Roncone es un viejo campesino calabrés acostumbrado a la vida del pueblo. Fuerte, rudo, tosco, machista y cascarrabias, en su juventud fue un valiente hombre de acción al que los partisanos bautizaron con el alias de Bruno. Pero los días de combate quedaron atrás y ahora Bruno está alcanzando el ocaso de su vida y las dentelladas de la "rusca" (el cáncer que padece) amenazan con cercenarla.
Salvatore (Bruno) se ve obligado a mudarse a la casa de su hijo y su nuera en Milán, donde pueden practicarle los exámenes y tratamientos que precisa su enfermedad. El anciano no tiene más remedio que enfrentarse a la vida moderna e instalarse en la ciudad, "la trampa" como él la llama, "un embudo caza hombres donde acechan al pobre".
El choque de los dos mundos es más que evidente: el del anciano, aferrado a sus costumbres y tradiciones antiguas, contra el del hijo, que lleva una vida burguesa en la metrópolis. Bruno encuentra una válvula de escape en su pequeño nieto Brunettino de 13 meses, al que su hijo, sin saber del apodo del abuelo, había bautizado con el mismo nombre.
La relación entre abuelo y nieto crece y se va enriqueciendo día a día, hasta el punto de convertir al anciano en un hombre mucho más tierno y sensible, encontrando en sí mismo sentimientos y matices para él desconocidos. El abuelo significa para el niño una fuente de conocimiento y de protección de la que sale fortalecido; el niño para el abuelo el objeto en el que proyectar sus mejores cualidades y descubrirse así como un hombre nuevo, convertirse en una persona mejor.
Por otra parte, la relación sentimental que comienza con Herminia, una mujer sensata, cariñosa y sensible, también ayuda a hacer posible la transformación de Bruno y le regala momentos maravillosos de amor sereno. Los últimos meses de la vida de este hombre se convierten así en un proceso de progresión hacia dentro, de maduración personal en el que Bruno reestructura sus valores y experimenta el amor auténtico en todas sus formas.
José Luis Sampedro en "La sonrisa etrusca" relata el aprendizaje de la vida simultáneo de un niño y de un anciano, dos personas que se encuentran en las posiciones más distantes de la existencia, que mantienen una relación tierna y desinteresada en la que el amor se retroalimenta y revierte en el bien común de ambos. Las palabras que escribe Sampedro en "La sonrisa etrusca" parecen susurrar que nunca es tarde para penetrar en la maravilla del ser humano y gozar de la plenitud de la vida.