"Escribo
para estar en paz con mis recuerdos,
para iluminar miradas,
para nombrar
todo lo que he perdido
sin hablar de mí".
Diego escribe desde su belleza. La belleza que un día pasó por sus manos. Manos delicadas que supieron guardar parte de ella. La mejor parte, la más tierna, la más hermosa. La hermosura más profunda, la hermosura que perdura.
Escribe desde la soledad de su cuarto. Escribe desde
aeropuertos. Escribe desde
aviones que vuelan a mil pies de altura. Escribe desde un territorio interior que explora sin mapas. Escribe desde el Madrid de las manifestaciones, la crisis y los indignados. Escribe desde su espíritu urbano y su corazón rojo. Escribe "de aquellos días en que su corazón iba más rápido que su cuerpo y su vida más lenta que sus sueños". Escribe con "ojos que ven lo invisible" y "oídos que escuchan el silencio".
Sus palabras son manos que regalan caricias. Caricias que atraviesan mares y recalan en puertos. Puertos amados, deseados y acogedores. Acogedores, como un cuerpo femenino, delicado y delicioso, suave y tibio.
Con sus versos compone un diario de emociones. Emociones que adoptan forma de poemas. Poemas que son canciones. Canciones de espíritu alado. Con alas que elevan corazones. Corazones que se esponjan de puro goce. Gozando del presente y del pasado. Del pasado que trae a la memoria ciertos recuerdos. Recuerdos, momentos, voces, imágenes.
"Escribo, nunca por encargo,
no sé de otra manera,
que la de verme
desnudo ante un verso
con el alma a pelo,
para luego colarme
en las tripas valientes
de algún cuerpo ajeno,
sin cobrar recibo,
es gratuito,
por eso escribo".
Diego desnuda su alma. Lo hace frente a un espejo. Que devuelve siempre la misma mirada. La mirada del poeta. El reflejo de un corazón valiente. Que ya no teme al amor ni al desamor. Porque ha aprendido a convertir ambas cosas en materia. La materia de la que se compone la auténtica vida. La única que merece la pena, la que nos da la vida.
Con ella fabrica poemas. Versos de besos, tristezas y alegrías, soledad y compañía. Versos que bailan al compás de canciones de Sabina. En un bar oscuro que ha sido asaltado por la melancolía. En calles abiertas que esconden refugios. En ciudades tristes que son siempre la misma. En aeropuertos amenizados por el murmullo de mil corazones. En aviones que cruzan cielos y acercan sueños. En sueños cumplidos o por cumplir, que siempre serán sueños. En países lejanos y en la propia patria. La patria de un cuerpo, unos labios y una sonrisa. En un dormitorio donde, desnuda, aguarda una chica. Su
chica revolucionaria. A la que amará siempre. Para la que estará siempre.
Siempre.
Donde.
Quiera.