Si con el primer tomo de Saint-Elme se abrían un millón de interrogantes y se nos quedaba el alma en vilo ante la multitud de caminos que podía tomar la historia, con el segundo, alcanzamos la paz.
Todas y cada una de nuestras preguntas son contestadas satisfactoriamente.
Pero no vayamos tan rápido, vamos a contextualizar.
Saint-Elme, una historia publicada originalmente en cinco entregas, llega a España, de la mano de Astiberri, recopilada en dos volúmenes.
Se nos presentaba, en el primer tomo, un pueblecito idílico, famoso por sus manantiales y perfecto como lugar de recreo. Allí se podía disfrutar tanto de la playa como de la montaña y los lugareños y las exóticas costumbres locales te prometían unas pintorescas vacaciones. Sin embargo, nada era lo que parecía a simple vista, existía una guerra abierta entre la gente del pueblo y los Sax, una familia de caciques cuyo único interés era amasar más y más dinero y cuyas prácticas, poco honestas, perturbaban la paz de este maravilloso lugar.
Se abría, en el primer número, una trama al más puro estilo noir con algunas pinceladas de fantasía. Arno Cavalieri había desaparecido y Frank Sangoré y la Señora Dombra, una pareja de detectives privados, se desplazaban hasta allí con la intención de localizarlo y llevarlo de vuelta con su adinerada familia, pero lo que debía ser un trabajo sencillo se complicaba y nos dejaba suspendidos en un punto de máxima tensión que nos ha hecho aguantar la respiración hasta la llegada de la segunda parte.
No puedo hablar demasiado de lo que pasa en el segundo volumen sin desvelar secretos que el lector debe descubrir por sí mismo, pero la trama, que, en el primer volumen, se va enrevesando paulatinamente para enredarnos sin atosigarnos, empieza a desligarse poco a poco, para no dejarnos caer de golpe y mantenernos atados hasta un final en el que no queda ni un solo nudo por deshacer.
Saint-Elme es una historia coral, con infinidad de personajes que ganan o pierden relevancia en cada página. Todos son protagonistas, todos son secundarios, todos suman y nadie sobra. Todos guardan algún secreto que necesitas conocer y que te hace mantener la nariz pegada al cómic hasta la última página.
Hay lugar para el misterio, la fantasía, la superstición, el costumbrismo, el amor, el miedo y la lucha. Todos los géneros tienen su momento y los engranajes de la obra están tan bien ensamblados que funciona como un reloj suizo.
De los autores hay poco que decir que no se haya dicho ya.
Serge Lehman es el guionista de esta historia llena de matices. Su especialidad es perfilar personajes al límite de la fantasía y, en Saint-Elme, demuestra más que de sobra esta habilidad consiguiendo que el peso específico de cada figurante varíe según el momento adaptándose al ritmo que marca la trama.
A los lápices tenemos a Frederik Peeters, quien desde que en 2001 publicara “Píldoras azules” es uno de los máximos exponentes de la historieta europea. A lo largo de su dilatada carrera ha demostrado dominar todos los géneros. Es un mago de la pulsión narrativa. Con un dibujo impecable, como es habitual en él, lo que más llama la atención en los dos tomos de Saint-Elme es el color. La paleta de colores, infinita, se mueve de los fríos a los ácidos marcando su propio ritmo narrativo, tensando y destensando las emociones a su antojo y llevándote, exactamente, por donde quiere que vayas.
Saint-Elme es una historia redonda, con un dibujo redondo donde nada es lo que parece. Todo y todos tienen su cara y su cruz.
Cada luz y cada sombra valen la pena.