Cuando
Gustavo Adolfo Bécquer comenzó a publicar sus "
Rimas", solo tenía una idea clara en la cabeza: debían abastecerlo a él y a su hermano Valeriano. Con suerte, sumando los esfuerzos de ambos—uno en la pintura y otro en la literatura—, el dinero generado podría servirles de sustento durante al menos un par de meses. La subsistencia de su núcleo familiar era lo único en lo que pensaba Bécquer día tras día. De hecho, aún duraba ese pensamiento cuando le sobrevino una agónica muerte con tan solo 34 años. Desde entonces, sus amigos y el paso del tiempo pasaron a pensar por él. Todos los que leyeron su obra coincidieron en un mismo punto: el sevillano no solo había nacido para ganarse el pan, sino también un merecido lugar entre los más grandes literatos del siglo XIX.
Las "Rimas" son un compendio de poemas en los que el autor trata temas ya bastante habituales en la
poesía romántica: naturaleza, amor apasionado, muerte, creación literaria, etc. Es en la forma tan peculiar de abordarlos donde reside el secreto de su éxito.
Las composiciones de
Bécquer son relativamente escuetas para lo que cabría esperar de un artista del
Romanticismo. No obstante, es esta brevedad la que ha logrado afianzar su genialidad. Simplemente, las rimas del poeta no admiten una gran extensión. Sus versos están plagados de figuras literarias. Constantemente se suceden innumerables metáforas, paralelismos y símiles que podrían resultar pesados e incluso cursis al lector. Pero eso no le ocurre a Bécquer. La longitud tan reducida de sus poemas no deja espacio a la pedantería. Así, el autor roza siempre la cursilería con la yema de los dedos, sin llegar nunca a tocarla. Un logro en toda regla.
Quizá lo que más llame la atención de las "
Rimas" es la manera que tiene Bécquer de concebir la
naturaleza. En sus estrofas se dibuja un mundo peligroso, siempre amenazante, que prefiere el huracán antes que la brisa, los relámpagos antes que el sol y el mar embravecido antes que todo lo demás. Es un símbolo de que, a pesar de todo, es así como debemos vivir: con la máxima intensidad. De otra manera, estaremos abocados al fracaso, a la desesperación y al hundimiento.
Precisamente, este hundimiento también forma parte de una de las cuestiones más recurrentes en la obra: la
muerte. La visión becqueriana de la muerte es extremadamente pesimista. Todos acabaremos pereciendo en las peores condiciones, entre sangre, zarzas y huesos. Irremediablemente, el universo acabará por devorar nuestros restos para, seguidamente, escupirlos en una fosa que, una vez cubierta de tierra, nadie visitará jamás. No obstante, por muy difícil que resulte creerlo, aún existe algo que consigue eclipsar la oscuridad en la que está sumido el artista, capaz de extinguir su sombra hasta hacer que se desvanezca, y dar sentido a la vida de una vez por todas. Efectivamente, es el
amor.
Al contrario de lo que sucede en otros poemarios de la época, el sentimiento amoroso de
Bécquer no es desgarrador, impío o demoníaco, sino celestial, inquebrantable e infinito. Acompañado siempre de una devoción inmarchitable, el poeta nos trata de enseñar que el afecto desenfrenado hacia otra persona está lejos de ser una emoción perjudicial o venenosa. De hecho, es justo lo opuesto: entre permanentes reflexiones sobre la muerte ineludible, el
amor se erige como lo único por lo que vale la pena luchar. Posiblemente, el único motivo por el que seguir viviendo.
En resumen, las "
Rimas" nos ofrecen un mundo salvaje a la par que hermoso, al que nos sumergiremos inmediatamente a través de un estilo delicado, elegante y cuidado, que cautivará el corazón de todos los lectores, sean o no aficionados del género lírico. Recomiendo encarecidamente su lectura en voz alta. Solo así se puede desentrañar por completo el alma de un hombre que vivió exclusivamente de aquello que más le importaba: la poesía y el amor.