“Antonio Jonás creía haber contemplado más de una. Con la aurora, en las proximidades del Romeiro, y hasta supuso que por allí, en algún escondrijo de aquella cavidad, debía hallarse su refugio. Parecían bellas como vírgenes y bajo el sol emitían destellos de oro y plata cuando emergían y se acomodaban sobre algunos de los escollos, entre los rompientes, alrededor del islote. Juraría que en más de una ocasión alguna le había devuelto la mirada, cuando él la miraba, al tiempo que cantaba como llamándole.
Ocurrió la primera vez siendo un crío. María Jacinta ya le había hablado de ellas, aunque como seres irreales, al leerle el cuento de Andersen, en un libro infantil ilustrado, que llegó a sus manos estando con las monjas y que conservaba entre las escasas pertenencias que se llevó consigo al abandonar el convento. Corría por la playa tras el perro y la vio nadar sobre las olas entre un cortejo de delfines que la acompañaban. El hombre que había sido su padre ya no vivía en la villa. Tal vez se hubiera ido con una al Reino de Nunca Jamás el día que se lo tragó el océano ante Aníbal y él como testigos. No sería de extrañar, teniendo en cuenta lo hermosas que eran. Seguro que ningún varón podría resistirse a sus encantos. Por el cabello dorado, los ojos verdeazulados, las mejillas sonrosadas en su rostro diáfano y el resplandor extraordinariamente perceptible de su aura habría apostado que se trataba de un ángel asexuado si en vez de la cola grisácea y pisciforme que lucía de cintura para abajo hubiera llevado alas. Se paró en seco en la orilla, azorado por la impresión, y el cachorro también, a sus pies, para ladrar en cuanto advirtió la presencia y aguzó aún más el oído. No había sido ningún espejismo. Con el pelo ondeándole como una bandera, se mantenía erguida sobre la superficie flotando, como al ritmo de una seductora danza, y alrededor los individuos que la escoltaban proseguían con su particular exhibición de piruetas náuticas en tanto que las notas de su cántico sonaban antes de alejarse. Una visión que habría de marcarle para siempre y que podría estar entre las causas de aquella obsesión por el submarinismo que se adueñó de él desde la más temprana edad. ¿Qué otra maravilla más grande, si no, podría estar esperando hallar en las profundidades que un ser tan fabuloso mitad pez y mitad humano producto del mito y la leyenda? Hasta muchos años después, sin embargo, dejada bien atrás la adolescencia, no volvió a gozar de un encuentro y una experiencia similar. Más que emerger se le materializó delante, a escasos metros, en una hora de marea baja, cuando se colocaba el equipo completo de buceo, que le habían traído de Ponta Delgada, para estrenarlo. Lo que le pareció verdaderamente sorprendente y desconcertante es que tuviera las facciones de Umbelina. Claro que por aquellos días ya había empezado a beber como un condenado...”
Éste es uno de los fragmentos de “El Reino de las Sirenas”. Una novela, mezcla de ficción y realidad, magia y ciencia, historia y mitología, ironía y lirismo, que tiene como punto de arranque y base argumental el célebre misterio del Mary Celeste. Aquel bergantín de bandera estadounidense cuya tripulación desapareció para siempre sin dejar rastro en el Atlántico, cerca de las Azores, entre noviembre y diciembre de 1872, en circunstancias bastante extrañas y nunca del todo esclarecidas.
Dos son sus principales protagonistas: Nathan Briggs, presunto nieto del capitán Benjamin Spooner Briggs, a cuyo mando se encontraba el citado barco, y Antonio Jonás de Moura, supuesto pariente desconocido tanto del uno como del otro.
En torno a ambos se construye, se estructura y se desarrolla este relato de relatos, diríase que cóctel, en el que aparecen un sinfín de personajes reales, y algún que otro imaginario, y en el que prima el gusto por la narración más que la acción dramática, no por capricho sino como recurso estilístico intencionado.
La obra es también un homenaje al mar y sus secretos y un canto a la importancia que lo enigmático, lo desconocido, lo sobrenatural tiene en la existencia humana.
Curiosidades: -
J. A. Ortega, natural de Los Barrios, comarca del Campo de Gibraltar, provincia de Cádiz, es periodista y licenciado en Sociología. Ha trabajado para los diarios
Europa Sur y
El Faro de Algeciras Información, además de colaborar con otros medios de prensa, radio y tv, y ha participado en la puesta en marcha de diferentes proyectos de comunicación locales y comarcales.
- También ha llevado a cabo la redacción de obras de recopilación histórica y de memorias de personajes conocidos en la comarca campogibraltareña.
- Ha publicado un libro de relatos,
“Viaje de regreso” (1996), la novela “
El clan de los ilusos” (1999) y
cuentos y
poemas en antologías compartidas, tanto en España como en el exterior, y revistas literarias, así como numerosos artículos de opinión, reportajes y entrevistas a lo largo de una ya dilatada carrera profesional que le ha permitido el contacto con destacadas personalidades del ámbito político, cultural, literario y artístico y llevar a cabo numerosos viajes por Europa, América y África.