Digámoslo sin rodeos: en 2016, Fernando Aramburu hizo historia. Despedazó él mismo un melón que hasta entonces nadie se había atrevido a despedazar: escribió una novela sobre ETA. Quizás no fue la primera en tratar los atentados de la banda terrorista ni la primera en expresar el sufrimiento de las víctimas, pero sí fue pionera en su ambición, en sus ganas de trascender. Aramburu sabía que esta vez no bastaba con dirigirse a un público concreto. Su obra debía difundirse, debía tener proyección nacional. Porque para eso había sido creada. Para calar de lleno en la conciencia de todos y cada uno de los españoles.
Es evidente que, para lograr este propósito, el autor ha de mostrar la máxima cercanía posible con respecto al lector. Patria narra la historia de dos familias vascas, en otro tiempo grandes amigas. Ahora, el asesinato del Txato—padre de una de ellas—a manos de etarras pondrá en jaque su amistad y el resto de sus días para siempre.
Como pueden apreciar, una trama sencilla, formada por personajes sencillos, de personalidades sencillas y aspiraciones sencillas. De esta forma, Aramburu impregna el texto de una cotidianidad aplastante, que aproxima al lector de bruces a la realidad y le hace vivir de primera mano las experiencias que se relatan en las páginas. El argumento viene acompañado de un estilo muy sobrio, que raya casi en el minimalismo. La prosa del autor donostiarra es exageradamente ligera, sus frases apenas contienen una docena de palabras. Palabras que, no obstante, logran el efecto deseado: facilitar la comprensión de la lectura.
La inmersión en la narración se consigue en gran medida gracias a continuos saltos temporales que hacen virar el foco de atención de un personaje a otro en cada capítulo. Este vaivén permanente de acontecimientos nos permite entender al instante la intención de Aramburu: la estructura y el orden de la historia quedan completamente relegados a un segundo plano. Lo verdaderamente importante son las emociones que emanan de los sucesos y el impacto que estos puedan producir en los lectores.
Muchos de estos sentimientos afloran a través de un elemento recurrente: la lluvia, que el autor trata con maestría en dos vertientes. Por un lado, la lluvia visible, que anega furiosamente el cementerio en el que yace el Txato, difunto marido de Bittori. Es esa la lluvia de la melancolía, la que siempre va de la mano de los momentos trágicos.
Junto a esta tormenta, existe otra. Pero esta no se da en el cielo, sino en las entrañas, en el subconsciente, donde unos nubarrones inamovibles y negros como la oscuridad descargan su ira sobre el bien más preciado de los seres humanos: los recuerdos. A diferencia de las anteriores, estas nubes no se desvanecen. Ni siquiera el sol, con su poder flamígero, es capaz de abrirse paso, de atravesar su capa espumosa, totalmente inexpugnable. Ni siquiera unos exiguos resquicios de misericordia o alivio pueden colarse tímidamente para arrojar algo de luz al desdichado porvenir. No. Ya no. Ahora ya es demasiado tarde.
Es esta la lluvia del dolor más inhumano, de la rabia y de la impotencia. La que bañará, de una forma o de otra, todos los escenarios de la novela y cuya manifestación en su máximo grado le ha valido a Aramburu el Premio Nacional de Narrativa en 2017.
Así es "Patria". Un libro que traslada al lector a los tiempos más turbulentos de las Vascongadas y le hace experimentarlos en primera persona gracias a una narración extraordinariamente sencilla, con la que el autor cumple un objetivo en absoluto sencillo: estampar su rúbrica en la posteridad con tinta indeleble. La misma tinta con la que, en la mente de amigos y familiares, aún quedan grabados los nombres de las víctimas de ETA. La misma tinta que, a día de hoy, está completamente emborronada por al agua. Porque sí, a pesar de que, desde hace casi una década, el temporal haya cesado, en los corazones de millones de españoles aún continúa diluviando en silencio.