La historia de la humanidad va cambiando a base de "mutaciones metafísicas". Houellebecq las define como "transiciones radicales y globales de la visión del mundo adoptada por la mayoría" y son escasas. Suponen el auténtico motor de la humanidad; las raras veces en que se produce un cambio de óptica en la visión del mundo a nivel general el proceso es imparable, arrasa a su paso con todos los planteamientos que eran válidos hasta la fecha y que rápidamente quedan caducos.
La última gran mutación metafísica fue la operada por el materialismo y por la ciencia moderna. En la práctica esta mutación se tradujo en "la individualidad, la vanidad, el odio y el deseo", los dudosos valores que imperan en la sociedad actual. En el caso del deseo, fuente de infidelidad y sufrimiento, es aumentado al máximo por la vigente "sociedad erótico-publicitaria" ya que, "para que la sociedad funcione, para que continúe la competencia, el deseo tiene que crecer, extenderse y devorar la vida de los hombres".
Michel es uno de los protagonistas de "Las partículas elementales". Es un investigador de biología, de unos cuarenta años, consagrado por completo al estudio de la ciencia y que ha renunciado a cualquier tipo de placer, incluido el sexual. Su hermanastro Bruno es totalmente opuesto: de edad similar a la de Michel, Bruno es un profesor de literatura adicto al sexo y al placer en general, incapaz de amar y de desarrollar sentimientos profundos por nadie.
Ninguno de los dos lleva una vida satisfactoria, los principios que rigen sus vidas no son sólidos ni suficientes: ni la ciencia sirve para satisfacer las necesidades más básicas del hombre, ni el placer fácil alivia de una vida insustancial. Ambos son víctimas del movimiento del 68, los dos fueron abandonados por su madre que, influenciada por las modas sociales del momento, decidió marcharse a una comunidad hippie de California.
En "Las partículas elementales" Michel Houellebecq expone públicamente sin miramientos la podredumbre de una humanidad gobernada por principios materiales, que ha encumbrado a la ciencia para dar de lado al humanismo y a la moral. La historia es contada con una crudeza que se percibe sincera; en la insolencia, el cinismo y sarcasmo que caracteriza a las obras de Houellebecq late un amargo aunque sordo estado de alarma.
Vivimos en un reino dominado exclusivamente por lo racional. "Occidente ha terminado sacrificándolo todo (su religión, su felicidad, sus enseñanzas y, en definitiva, su vida) a esa necesidad de certeza racional". ¿Hacia dónde nos dirigimos? En "Las partículas elementales" Houellebecq vislumbra cuál podría ser el siguiente paso: ahora que "ya no necesitamos la idea de Dios, de la naturaleza o de la realidad" sólo queda por combatir el sentimiento trágico de la muerte. Jugar a ser dioses, diseñar al hombre a nuestra medida, anestesiarlo de cualquier dolor, arrebatarle la incómoda sensación de soledad o separación, eliminar los impulsos inconvenientes.
Crear una humanidad "perfecta", aunque el precio a pagar sea el desarraigo del hombre con su propia naturaleza. Un paraíso poblado por hombres perfectos, vacíos y sin esencia.