"[...] -Estoy absolutamente de acuerdo en lo tocante al fantasma del que habla Griffin, o lo que haya sido, el cual, por aparecerse primero al niño, muestra una característica especial. Pero no es el primer caso que conozco en que se involucre a un niño. Si el niño produce el efecto de otra vuelta de tuerca, ¿qué me dirían ustedes de dos niños?"
Un relato horripilante narrado a viva voz alrededor del fuego en una casa antigua en vísperas de Navidad caldea el ambiente ante un reducido auditorio. Desean que la velada continúe, ansían escuchar más.
Douglas, uno de los presentes, tiene algo en mente. Será necesario esperar unos días, en una velada similar, para averiguarlo. La historia que agita los recuerdos de Douglas está escrita con la bella caligrafía de una dama que falleció hace dos décadas y el manuscrito ha permanecido guardado en una gaveta durante años. Es el momento de que vea la luz.
El inquietante relato está narrado en primera persona por una
institutriz, una mujer en extremo agradable, bienintencionada y voluntariosa. La joven viajó hasta Londres, donde aceptó un trabajo que le ofreció un caballero. El empleo consistía en hacerse cargo de la tutela de sus dos sobrinos que habían quedado huérfanos en Bly, una antigua
mansión que había servido de residencia familiar campestre en Essex. El caballero no le impuso a la institutriz más que una única orden que no debía violarse: bajo ningún concepto y en ninguna circunstancia debía de molestarle.
La despreocupación del caballero, que se desentendía de sus sobrinos y cargaba sobre sus hombros toda la responsabilidad, hizo que la institutriz albergara sus dudas acerca de si debía o no haber aceptado el trabajo, pero todas ellas se disiparon al instante cuando le presentaron a las maravillosas criaturas de las que debía hacerse cargo.
Flora, la más pequeña, contaba con tan solo 6 años y era la viva imagen de un ángel inocente y hermoso.
Miles, de 10 años de edad, parecía un pequeño príncipe al que el saber estar le hubiera sido otorgado como don antes de nacer. Cuidar de los dos pequeños sería, en lugar de una obligación, una maravillosa y estimulante tarea.
Pronto en la idílica nueva vida de la institutriz aparecen las sombras. Visiones de aspecto humano, apariciones y espectros del más allá empiezan a tomar forma ante los horrorizados ojos de la institutriz, que se impone como misión principal salvarlos, proteger de ellos a los niños.
Niños que, ante la sospecha de estar al tanto de las apariciones y de relacionarse con ellas a escondidas, adquieren ante la
institutriz una nueva impresión. El candor inicial que desprendían los pequeños se torna para ella maldad premeditada cuando su cerebro relaciona los hechos según sus propias y escalofriantes suposiciones.
Salvando las distancias y los años que nos separan -lo que atenúa en gran medida la sensación de miedo que en su día debía provocar en el lector- lo cierto es que la novela de Henry James sigue siendo una historia gótica de
fantasmas deliciosamente espantosa y conserva íntegro el encanto que destilaba la época victoriana en la que fue creada. Se trata de un clásico literario que ofrece distintas y sugerentes interpretaciones y marcará el camino a seguir por escritores y cineastas que desean practicar el difícil arte de usar sus obras como vehículo para transmitir el tipo más refinado de terror: el psicológico.