Siempre ha habido clases, incluso entre los vampiros.
Olvidémonos del romanticismo que implica un mordisquito en el cuello seguido de la belleza, del lujo y de la vida eterna… La vida eterna sí, pero ¿A qué precio?
Si te conviertes por mordedura no serás un VO (
Vampiro Original) y nada te garantiza la opulencia o el respeto que siempre se ha parecido otorgar a los no muertos. Si eres vampiro por contagio estás condenado a ser un
bicho.
Esa es la triste realidad de
Hex, una ¿encantadora? jovencita que, en realidad, tiene 350 años y
Steve, un optimista incurable que pretende seguir con su trabajo y su rutina a pesar de haber sido convertido.
Nuestros dos bichos estarían encantados de dejar de serlo, motivo por el cual se dejan embaucar, un poco coaccionados (o mucho), por
Anwar Gobin, un VO que no se lleva especialmente bien con los suyos y necesita recuperar el Objeto Ónice (vete tú a saber qué es eso) para plantarles cara y, ya de paso, devolverles a nuestros dos infelices su humanidad.
Los protagonistas de esta empresa no estarán solos en sus correrías, los acompañarán en su empeño
Leeds, un agente trasnochado de la CIA y
Garrapata, que también es un bicho, propietario de un antro para bichos, que pasaba por allí y, sin pretenderlo, se ve envuelto en el despropósito que supone el reto al que van a enfrentarse y que los va a poner en peligro en más de una ocasión.
La trama creada por
Henry Zebrowsky y
Marcus Parks es una auténtica locura. A base de intriga, acción, giros de guion y mucho humor consigue que, una vez empiezas a leerlo no puedas dejarlo. Casi sin darte cuenta llegas al final e, inevitablemente, quieres más. No es casual que este sea el primero de dos libros (En realidad son cuatro números recopilados en dos tomos por
Astiberri para su edición en España) y los autores han sabido dejar viva la llama para que esperemos con ansia la conclusión de la historia.
A los pinceles encontramos a
David Rubín, una apuesta segura. Su dibujo, incuestionable y reconocible en cualquier parte, es perfecto para este guion. Sus contornos duros y su característica utilización ácida del color son trasuntos de los personajes que representan, no tan duros como les gusta creerse, pero si ácidos y mordaces.
Por si el dibujo de David no fuera suficiente (que lo es), al final del tomo, a modo de regalo, encontramos una serie de extras que incluyen un cuaderno de bocetos, el diseño de los personajes llevado a cabo por el artista y una suerte de portadas alternativas firmadas por algunos grandes y que vale la pena visitar.
Si cada obra tiene una finalidad, el objetivo de este tebeo es, sin duda, entretener. No es una misión banal, ni superficial, ni fácil. Muchas veces nos olvidamos, como dijo
Nuccio Ordine, de la utilidad de lo inútil. Qué necesario es, en este mundo de estreses, prisas, objetivos, rendimientos y superación un oasis de frívola desconexión.