"La verdad novelesca se caracteriza por ser más certera que la científica o la filosófica; tan certera y precisa en su concreción como irrefutable. Una verdad que el lector percibe de inmediato en su fuero interno como algo evidente sin que medie demostración alguna, tal vez porque esa inmediatez hace innecesaria toda demostración. Se trata de una verdad permanente, haya sido formulada ayer o hace tres siglos".
La
novela tal y como la entendemos ahora se desarrolla a partir de la Edad Moderna en el Occidente europeo, fruto de la conjunción de diversas modalidades literarias del
mundo grecolatino y de la influencia de la
Biblia como gran relato cristiano conocido por todos, independientemente de su nivel cultural. Para ello fue necesario recuperar, gracias a la imprenta, la gran cultura clásica y que se secularizaran los textos del
Antiguo y
Nuevo Testamento que dejaban de ser códigos de conducta de inspiración divina y pasaban a valorarse sólo desde un punto de vista literario.
La traducción de
textos bíblicos a diversas lenguas romance con forma de libro y la familiaridad y proximidad de los lectores cristianos respecto a lo relatado en ellos hizo que los modelos de escritura bíblica dejaran su impronta en el naciente género novelesco y también en su evolución. Esta circunstancia, según
Luis Goytisolo, demuestra a las claras "que la evolución interna de los géneros literarios raramente puede ser desvinculada del entorno social en que se produce". Este ADN social, asimilado inconscientemente por lectores y escritores, hará que tanto las lecturas de los primeros como las creaciones de los segundos se muevan dentro de unos parámetros predeterminados culturalmente.
Así pues, la formación de la
novela como género literario coincide con la transición de la Edad Media al Renacimiento. Sobre un sustrato grecolatino germinará la semilla bíblica dando lugar a dos grandes tipos de relatos en los cuales pueden subsumirse de forma general todas las novelas hasta la actualidad.
En primer lugar tendríamos las historias conceptual y narrativamente más próximas al
Antiguo Testamento y en segundo lugar las cercanas al
Evangelio o
Nuevo Testamento. El primer grupo de relatos, al que
Goytisolo llama
bíblicos, se caracterizan por ser historias que nos remiten a un plano superior que actúa como límite inapelable para los protagonistas, los cuales, al no poder modificar el mundo ni sus circunstancias, sólo actuarían simbólicamente y sobre ellos se abatiría un pasado todavía vigente o un presente inmodificable. El tono de estos relatos sería remoto e intimidatorio o amedrantador. Entre las obras marcadamente bíblicas estarían las de Goethe, Dostoievski, Defoe, Swift, Melville, Faulkner, Dos Passos, Balzac o Kafka.
El escritor y académico barcelonés denomina al segundo grupo de relatos
evangélicos y en ellos los personajes se enfrentan al mundo para ganarse su futuro, el cual deben conquistar arduamente siguiendo un propósito. El límite estaría en su voluntad y no en el mundo, que en este caso sería modificable. En estos relatos el tono sería familiar, haciéndonos el texto cercano independientemente de nuestra cotidianidad. Pertenecerían a este grupo de relatos las obras de Cervantes, Rousseau, Flaubert, Tolstoi, Henry James, Hemingway, Scott Fitzgerald, Mann o Proust.
El arte del relato no ha dejado de evolucionar en los últimos cinco siglos. La
novela nace en los siglos XV y XVI, se consolida en el XIX y llega a su esplendor en el XX, convirtiéndose en un género dominante e incluso invasor. Es en el siglo XX cuando desaparece el narrador omnisciente, crece la importancia de la estructura de la obra, que pasa a condicionar el argumento y los personajes; el estilo adquiere ahora un papel decisivo diferenciándose del tono, auténtico foco de la emoción que despierta la lectura. La combinación armónica de todos estos elementos dará a la obra valor de
suprarrelato, es decir, valor de verdad.
Verdad novelesca que se diferencia de la filosófica o científica por su percepción inmediata y su innecesaria demostración.
Pero la
novela, según
Goytisolo, está empezando a dar muestras de agotamiento, y más que la novela la literatura en general, ya que esta actividad ha entrado en conflicto con la evolución de los hábitos sociales en la actualidad. La
lectura corre peligro de volverse prescindible y accesoria, de acabar siendo una actividad especializada o un puro pasatiempo.