La mente más brillante de China languidece en un orfanato de Shenzhen, una niña rara a la que ningún occidental adoptaría debido a la recurrente urticaria que asedia su rostro. Una revolución, un estallido de violencia (de juventud) que se extiende desde Asia y llega hasta Europa. Las calles de Londres ardiendo. Un joven español que tiene un proyecto, pero que no cree en la realidad. Un poeta misterioso y sus profetas recorren Madrid, mensajeros de la rabia y la incredulidad de una generación. La segunda guerra civil española. Un pueblo en Asturias al pie de una montaña que parece un diplodocus tumbado. Un escritor argentino sin talento que se convierte en el asesino de la literatura. Estamos en el año 2031, pero lo mismo da, podría ser cualquier fecha: hoy mismo, mañana, nunca jamás.
Con este totum revolutum debuta David Pérez en “La nada trascendente” (Ed. Camelot, 2019): una novela poliédrica, febril y subversiva. Casi una misión suicida donde el autor se embarca en una ópera prima de más de quinientas páginas, una distopía que danza entre continentes, revoluciones, metaliteratura y análisis de datos. Y logra salir indemne.
El futuro no existe, pero nos empeñamos en imaginarlo, y quizás uno de los méritos de David Pérez es haber presagiado ese mundo antes de enfrentarnos a una pandemia, soportar un confinamiento o asistir al asalto de un Capitolio. Porque muchas de las cosas que propone la novela ya están aquí: el colapso de un sistema, el Big Data y la dictadura de los algoritmos, la desubicación de una humanidad orillada por la tecnología. Hemos llegado a ese momento de la historia en que todos los caminos parecen posibles.
Y así todo, se adivina que la aspiración del autor no es tanto resultar verosímil (aunque logre tejer una trama a la que apenas se le notan las costuras, con numerosas referencias y notas a pie de página que juegan a deformar la realidad) como establecer una mirada de extrañeza y asombro. Una obra existencialista. O incluso expresionista, en el sentido de que concede a la palabra un poder de transformación, de incitación hacia la utopía y la rebelión. Pero como decía Camus —aludido varias veces a lo largo del texto—, no se piensa sino por imágenes, y lejos de caer en la digresión, lo que se nos ofrece es una lectura casi frenética, una narración en la que el ritmo de los tiempos nos empuja página tras página, ávidos de seguir a sus personajes por los derroteros de la historia.
Una novela donde la metafísica reside en la acción. Y allí se mezclan la filosofía con las canciones pop, la poesía con los narcóticos, el sexo enfermizo con la revolución, el software con la literatura. Un tiempo de incendios y delirios. Incluso un lugar para el amor.
Con una estructura dividida en cuatro partes que bien podrían considerarse por sí solas como pequeñas novelas independientes, fluyen entre ellas algunos personajes, pero sobre todo un estremecimiento soterrado y huidizo. Salvando las distancias, un poco lo que hace Bolaño en 2666. También se vislumbra al autor chileno en esos profetas que persiguen la sombra de un poeta maldito. Y es que David Pérez no se molesta en esconder sus referencias, más bien les rinde homenaje, las tritura y las pasa por su propio tamiz hasta obtener un collage insólito. Hay algo del Houellebecq más distópico, una pizca de las fábulas utópicas de Saramago, incluso ese afán de doblar el universo y cuestionar la realidad de Borges. Y todo parece encajar durante la mayor parte de la narración. Un pequeño milagro.
“La nada trascendente” es una obra personalísima, una novela ambiciosa y sugerente que nos presenta un mundo que no difiere tanto del nuestro: una sociedad seducida por la inteligencia artificial donde el humanismo es un sueño olvidado, la quimera de los incrédulos. Una lectura que se agarra a las entrañas y estalla en la cabeza.