"Me arrepentí de haber dicho aquello, diez, cien veces, mil, un millón. Aquella frase estúpida pronunciada sin pensar, sólo para ser graciosa, se había vuelto contra mí. 'El asesino tendrá que asesinar de nuevo'. Y bien, el falso deseo se cumplió. A las dos de la madrugada, en pleno sueño reparador, sonó el teléfono. Guiada por una intuición fatal, supe en seguida que nuestro querido asesino en serie había actuado otra vez".
Un asesino anda suelto por las calles de Barcelona. Tiene una preferencia clara por las mujeres, víctimas débiles que se encuentran siempre indefensas durante el ataque. Les asalta de noche, en lugares poco transitados y las apuñala salvajemente. Imprime su sello dejándoles la cara plagada de cortes y abandonando una nota de amor despechado sobre el maltrecho cadáver. La curiosa carta está firmada por un tal Demóstenes (probablemente un alias inventado), que justifica el asesinato a causa de un amor no correspondido por parte de la víctima.
Ninguna cámara capta su imagen, durante la investigación nunca aparece ningún testigo fiable. Y todo hace pensar que no dejará de matar a mujeres solitarias hasta que alguien descubra su identidad y le atrape.
El caso llega a manos de la inspectora
Petra Delicado y de su ayudante, el inspector
Fermín Garzón, con un imperativo incómodo: en esta ocasión la Policía Nacional deberá trabajar de forma conjunta con la Policía Autonómica. Los mandos han tenido la genial idea de que es conveniente la colaboración entre ambos cuerpos y a la pareja de Nacionales se incorpora un nuevo elemento: el inspector
Roberto Fraile, una joven promesa de los Mossos d´Esquadra que esta vez se encuentra al mando y que por su carácter tiene difícil encaje en el recién formado trío.
Acostumbrado a trabajar más horas que el reloj y a fiarse más de la teoría que aprendió en la Academia que de su propia intuición, las costumbres del inspector Fraile chocan de frente con las de Petra y Garzón, auténticos defensores de un método de trabajo mucho más mediterráneo que les permite acudir a un bar cuando el estómago demanda alimento, organizar una acampada nocturna provisional en el despacho para poder dormir unas cuantas horas o incluso tomarse una cerveza como remedio cuando desfallece la moral, aunque el tiempo no detenga su cuenta atrás en la carrera contrarreloj de detener a un asesino en serie que, mientras siga libre, volverá a matar.
El asunto se presenta realmente complicado para el extraño trío de policías. La propia
Petra Delicado reconoce no haberse enfrentado nunca con un caso tan endiablado y tendrá que echar mano más que nunca del sentido del humor y la ironía que la caracteriza para mirar cara a cara al horror sin derrumbarse y tratar de controlar los momentos de frustración y desesperación. Y para acompañarla en esa tarea nadie mejor que Garzón. De cómo se producirá (o no) el encaje de la pieza nueva (el inspector Fraile) en esta pareja de investigadores que lleva engrasando su relación laboral tantos años nada voy a contar; prefiero que el lector disfrute descubriéndolo tanto como yo lo he hecho.