"Estos pensamientos que, en nuestra juventud, nos obligaban a rebelarnos porque nos parecían falsos, o nos molestaban por demasiados verdaderos, y en los que sólo veíamos la moral propia de los libros, se nos aparecen por primera vez con todo el frescor de la novedad y el aroma de la vida: también tienen su primavera; los descubrimos: ¡Qué verdad es!, exclamamos".
(Sainte-Beuve sobre las Máximas de La Rochefoucauld)
"Misántropo bien educado, insinuante y sonriente", el
Duque de la Rochefoucauld tuvo cualidades de guerrero pero sólo fue un soldado, quiso ser un buen cortesano pero no lo logró, nunca fue hombre de partido pero siempre anduvo metido en compromisos. Según
Retz, en el
Duque siempre hubo un "no se qué", una especie de irresolución, de insuficiencia, que le impedía entregarse completamente a la acción.
A los cuarenta años y después de un encuentro fatídico con una bala que casi lo dejó ciego, se aplicó a su verdadera vocación: observar y escribir. Desapareció el hombre de mundo y se manifestó el
moralista y, con "lo que parecía un desecho recogido por la experiencia tras el naufragio, compuso el verdadero centro, por fin hallado, de su vida", un conjunto de
máximas y
pensamientos inspirados y lúcidos que, según
Voltaire, contribuyeron a formar los gustos de la nación.
Montesquieu consideró las
Máximas de
La Rochefoucauld como "los
refranes de la gente de talento", pero fueron algo más que esto. No eran simplemente una diversión para gente ingeniosa que jugaba en los
salones franceses del XVII -
Le Grand Siècle- a los proverbios. Según
Voltaire,
La Rochefoucauld "acostumbró a la gente a pensar y a dar a sus pensamientos un giro vivo, preciso y delicado". Sus palabras, siempre breves y agudas, llegaron a todo el mundo y permanecieron en ellos.
La Rochefoucauld, que se definía a sí mismo como poseedor de "un
ingenio estropeado por la melancolía", era un
pesimista, pensaba que el hombre tenía una naturaleza incorregible y que ningún consejo ni precepto podía inspirar un cambio de conducta en él. Con sus
Máximas este
moralista simplemente pretendía hacer "un retrato del
corazón humano". Dotado de una gran penetración psicológica, una mirada despiadada y desencantada y un talento superior para la
sentencia breve, la
máxima y el
epigrama,
La Rochefoucauld desenmascara conductas y comportamientos humanos tenidos por
virtuosos, pero que en el fondo sólo responden a los más bajos intereses. Disecciona la amistad, el amor, la honestidad, el heroísmo, la piedad, el pudor femenino, y los despoja de su pátina brillante, mostrándolos sin piedad pero con cortesía (para
Sainte-Beuve La Rochefoucauld "al mismo tiempo que pone el dedo en la llaga, lo retira un poco") lo que realmente son: pantallas del egoísmo que nos muestran una
naturaleza humana nada edificante.
Contrariamente a lo que defenderá
Rousseau casi cien años más tarde,
La Rochefoucauld no cree en la bondad natural del hombre. A la manera de
Maquiavelo y
Hobbes piensa que el mundo es una jungla en la que cada uno lucha por sí mismo y así serán el amor propio, el egoísmo y la hipocresía los motores de la conducta del hombre. Esta amarga sabiduría, así como el uso y desarrollo del "
aforismo afilado pero cortés" que siempre va al fondo, impresionó a filósofos posteriores, maestros de la fórmula breve e intensa como
Nietzsche y
Schopenhauer.