"Soy escritor. Escribo novelas donde hay personas de mal carácter que asaltan casas y matan a sus habitantes. Hachazos, motosierras, tijeras de podar. Mucho kétchup y algún que otro final feliz, pero pírrico. Encabezo el ranking de escritores que matan a sus personajes principales, a sus amigos y familias. Así que no me culpéis por mis malos pensamientos. Pero aquello olía mal".
Algo le dice a
Bert Amandale, escritor de imaginación febril, que en las palabras de su amigo Chucks hay algo de verdad. Conoce a
Chucks Basil desde hace mucho tiempo y siempre ha sido un imán para los problemas. Aunque le sienta bien haber sustituido el caos de la ciudad por la vida tranquila y natural de la
Provenza, siempre quedarán en él restos del tipo desquiciado y conflictivo que había sido. No se puede negar que ha cambiado, que ha dejado atrás los excesos de drogas y alcohol que le acompañaron en su época gloriosa de estrella del rock, pero tampoco hay que descartar que la extraña historia que acababa de contarle sea producto de una alucinación de su cerebro maltratado durante años.
Se lo encontró temblando de miedo, armado con una escopeta de caza en la preciosa mansión que había escogido para vivir mientras grababa
Beach Ride, el disco que iba a volver a catapultarlo a la primera línea del panorama musical tras diez años en la trastienda. Y, a juzgar por cómo sonaban, las canciones eran realmente buenas. Sí, tal vez
Chucks Basil dejara de ser una estrella caduca en horas bajas para volver a hacer giras mundiales y ser aclamado por miles de fans. Era una auténtica lástima que justo ahora, cuando había centrado un poco su vida en ese apacible pueblo de la Provenza, llegara con esa historia tan inquietante que amenazaba con desequilibrarlo todo.
"Creo que me cargué a un tío". Esas fueron sus palabras exactas y
Bert, como es lógico, quiso saber más. "Con el coche, con el Rover. La semana pasada, el lunes". Hace ya cuatro días desde que
Chucks, que iba conduciendo de noche hacia su casa, perdió por unos segundos el control de su coche. Y fue entonces cuando, de la nada, apareció una figura delante del coche con los brazos en alto, haciendo ademán de detenerlo. De repente, un golpe brusco sacudió el vehículo y ¡bam! todo cambió en décimas de segundo.
El suceso no dejaría de ser un trágico accidente como los que se dan todos los días en las carreteras si no fuera porque no existe la víctima. Ni rastro de ella, ni en la carretera, ni en los hospitales, ni en las noticias de los periódicos. Chucks está completamente seguro de haber atropellado a alguien y la culpa le tortura en forma de pesadillas, sueños en los que puede ver con claridad a un hombre ensangrentado al que embiste con su coche y muere en sus brazos mientras susurra un nombre en francés:
l´ermitage.
Esta extraña historia irá envolviendo a Bert hasta introducirlo en una espiral donde es difícil distinguir los límites entre realidad y paranoia. También te envolverá a ti, lector, cuando caigas en la trampa de leer unas cuantas páginas. Porque si eres amante del suspense, la intriga y el rock and roll no podrás dejar de paladear el placer amargo que supone transitar, bajo la tutela de
Mikel Santiago, por ese "
mal camino" que recorrió Chucks con su coche una noche aciaga. El mismo camino que obsesiona a
Bert Amandale y que está presente en la historia de forma recurrente, volviendo a nosotros a cada momento como si de un lugar imantado por alguna extraña fuerza se tratara, un fuerza magnética que te atrapa sin remedio aunque tengas la certeza de que es mejor no acercarse. Sólo pensarás en tomar ese maldito camino una y otra vez para orientarte y despistarte, rastrear algún tipo de indicio, examinar la sangre que todavía queda en el asfalto y detenerte una vez más en el lugar exacto donde todo se interrumpió, marcando un punto de inflexión en las vidas de los protagonistas.