Creo que fue Bergamin quien dijo que no hay verdadera obra poética sin colaboración con el demonio, que toda obra de creación se hace contra el demonio. Porque ¿qué es en realidad el demonio sino una potente fuerza centrífuga desorganizadora y ex-céntrica? Aquellos que caen bajo sus garras se ven arrastrados por un oscuro ímpetu que les empuja hacia el exceso, el éxtasis, lo extraordinario, lo exaltado.
El hombre genial, el gran creador es desmesurado, experimenta una pasión que se convierte en destino, destino que siempre es heróico y trágico y que consume su vida hasta la raíz. Zweig en este libro nos habla de tres poseídos. Hölderlin "el guardián de la sagrada llama" que sólo podía mirar con entusiasmo hacia atrás, hacia el oro de la infancia o hacia arriba, hacia lo infinito y lo divino. Kleist, el eterno peregrino, hiperbólico e insatisfecho que acometía la literatura en busca de "las esferas mágicas donde celebran extraña boda lo maravilloso de la naturaleza con lo demoníaco de los hombres". Nietzsche, un hombre que era mirado por el abismo y admirado por todos aquellos espíritus libres que como Jakob Burckhardt pensaban que sus libros "acrecentaban la independencia en el mundo".
La pasión demoníaca por lo inconmensurable, por lo ultrahumano, que arrastró a estos tres hombres primero los sacó fuera de sí y los elevó para luego dejarlos caer en la soledad, la locura y la muerte. El intento por "modelar la porción de infinito que hay en nosotros" puede cobrarse un precio personal altísimo, a pesar de lo cual aquellos creadores y pensadores que no se conforman - como recomienda Goethe - con venerar serenamente lo inexplorable, deciden pagarlo.