"¿Quién, si yo gritara, me oiría desde las jerarquías de los ángeles?, y aún en el caso de que uno me cogiera
de repente y me llevara junto a su corazón: yo perecería por su
existir más potente. Porque lo bello no es nada
más que el comienzo de lo terrible, justo lo que
nosotros todavía podemos soportar,
y lo admiramos tanto porque él, indiferente, desdeña destruirnos. Todo ángel es terrible"
(Elegías de Duino, de Rainer María Rilke)
Una bola de nieve le impactó con fuerza en mitad del pecho. La batalla infantil se había cobrado una víctima y
Paul, herido por el proyectil blanco, cayó al suelo empapado de sangre. En el último instante le pareció reconocer al autor del disparo: era
Dargelos, un compañero de colegio por el que sentía algo oscuro más intenso que la admiración y que todavía no alcanzaba a definir.
Era necesario que alguien se ocupara de
Paul y
Gérard se ofreció a acompañarle cuando el pequeño recuperó el sentido. Es posible que la bola de nieve escondiera una piedra dentro, pero
Paul disculparía en ese caso a
Dargelos. Siempre lo hacía, podría decirse que haría cualquier cosa por él, de algún modo extraño le amaba. Del mismo modo que
Gérard amaba a
Paul, aunque éste tampoco fuera correspondido.
El accidente de la bola de nieve desencadenó otros males que agravaron la delicada salud de
Paul. Por prescripción facultativa le resultaba imposible asistir al colegio y su hermana
Elisabeth se ocupó de cuidarlo. A regañadientes accedió a encargarse de él. Parecía quererle y aborrecerle al mismo tiempo, podía tratar a su hermano con exceso de celo protector, renegar de él al instante y cubrirle de insultos. Paul aceptaba el trato y seguía el juego por su parte.
Gérard, que conocía la relación de amor-odio que aprisionaba a los dos hermanos, adquiría el papel del espectador encandilado que disfruta de la función, deseando formar parte de la misma sin lograr integrarse en ella.
Elisabeth y
Paul son dos seres puros. Demasiado puros para lo que se requiere de ellos en este mundo, imposibles de domesticar y de orientar hacia cualquier convencionalismo. Les guía el instinto animal, las únicas leyes que acatan son los dictados que su condición infantil les marca y que irremediablemente acaban llevando al extremo, como el artista que necesita embriagarse con su arte para poder trasladar su genio al lienzo y convertirlo en una obra maestra.
Niños mágicos y
terribles, inocentes y crueles, santos demonios que aspiran a una lucha imposible contra el tiempo: conservar intacta su esencia, mantener desnudo lo más profundo de su ser. Ambos son seres salvajes aún sin contaminar, que ya son viejos expertos en fabricar cada noche el polvo de estrellas sobre el que se sustenta su universo y los venenos de los que se alimenta.
Los
dos hermanos son habitantes de las sombras, del desorden y del sueño, niños atrapados en un
juego que llegaron a hacer más real que la realidad misma, al que pertenecen desde siempre y al que no podrán renunciar para dejar paso a la edad adulta cuando llame a su puerta.
Paul y
Elisabeth ejercen de dioses creadores del universo devorador de la
habitación, un mundo real de fantasía donde ellos, como actores y directores, hacen, deshacen y tienen los poderes de quitar y de dar la vida. Son centinelas de un tesoro formado por valiosas posesiones en forma de imagen, recuerdo o amuleto. Sólo ellos dos pueden decidir el momento en que un objeto llega a la categoría de tesoro y cuándo un extraño es digno de entrar en el reino sagrado de la habitación para ser espectador del magnífico juego que se disputa en su interior. La
habitación es el teatro en el que cada día se representa una vida alternativa que llega a ser más valiosa que la convencional. Allí pueden dar rienda suelta a su afán creador, todo es posible allí precisamente por ser un espacio imposible. En la habitación odian, aman, desdeñan, apartan, atacan, acogen, se alejan y se encuentran. El carácter ficticio de este escenario les ofrece la oportunidad de vivir la vida más auténtica.
Paul y
Elisabeth son sencillos y difíciles al mismo tiempo, tan complicados como puede serlo una rosa, cuya belleza sólo se puede entender cuando dejamos de preguntar. Estos dos seres se han puesto de acuerdo para permanecer siempre en "la vida vegetativa de la
infancia, poblada únicamente por objetos inofensivos". Los dos hermanos son niños eternos poseídos por una infancia animal, desbocada e indomable, que juegan a llevar lo mejor y lo peor de su condición infantil hasta el último momento. No podría ser de otro modo aunque quisieran, ya que en algún momento fueron atravesados por la belleza salvaje de un ángel y, aunque ya nos advirtiera
Rilke de que "todo ángel es terrible", en ese caso sólo existe la opción de seguirlo.