"Me asomaba con frecuencia a la angustiosa teoría del desasimiento. Paulatinamente iba confirmándome en ella. Vivir es ir perdiendo, me decía; e incluso, aunque parezca aparentemente que se gana, a lo largo nos damos cuenta de que el falso beneficio se trueca en una pérdida más. Todo es perder en el mundo; para los que poseen mucho y para los que se lamentan de no tener nada".
A temprana edad,
Pedro ya intuyó que algo en su interior no era normal. Él no era como los demás, como la gente que le rodeaba. Algo fallaba; al contrario que el resto, que se incorporaban al curso de la vida con sencillez y naturalidad, él parecía carecer de alguna habilidad esencial para la vida, o por el contrario andar lastrado por una pesada carga que le impedía vivir en plenitud. Percibía que profundizaba mucho en las cosas, tal vez demasiado, y que tenía cierta tendencia a martirizarse imaginando la llegada de males futuros, cuando no existía motivo para ello.
Su orfandad estaba desprovista por completo de recuerdos. Se reconocía hijo de
Ávila, una vieja ciudad amurallada donde las piedras rezuman historia, y "el silencio y el recogimiento casi místico de esta ciudad" se infiltró desde el primer momento en su alma. La figura de sus padres era una incógnita; de ellos tan sólo sabía el nombre de pila y siempre supuso, sin llegar a tener la certeza, que habían muerto.
Pedro era, de alguna forma, como "una gran rama separada de su tronco", como "una vida desgajada de su origen mismo".
Su tío no mostraba interés en ocuparse de él y resolvió el problema dejando al niño a cargo de don
Mateo Lesmes, un profesor que dirigía en su casa una academia sobre estudios de segunda enseñanza. En la casa del señor
Lesmes el ambiente frío, el mobiliario austero y la decoración escasa hacían juego con sus ásperos y sombríos dueños. Los únicos seres a través de los que, débilmente, se colaban los pocos rayos de alegría de vivir que lograban traspasar las paredes de la casa eran las mascotas: una pareja de peces y la perrita Fany.
Martina, la hija de los Lesmes, era demasiado pequeña para haber sido contagiada del mal de sus progenitores, pero también era demasiado niña para compartir confidencias con
Pedro. La llegada a la casa de
Alfredo, un nuevo huésped de edad similar a la de Pedro, mitigó su soledad y le llenó de alegría al abrirse ante el niño la expectativa de consolidar una amistad.
El señor
Lesmes transmitió a
Pedro sus enseñanzas académicas, pero también le inculcó su forma de ver la vida. Le hizo partícipe de su
teoría del desasimiento, fundamentada en la idea de que "al hombre, por el mero hecho de vivir, le era necesario aprender antes a deshacerse de todo con una sonrisa de escepticismo." Estas creencias, germinadas en el carácter que el niño traía de serie y abonadas con el recuerdo insistente de la muerte, daban como resultado una personalidad triste, con indisposición para abandonarse por completo a la vida y, por tanto, para disfrutar de ella. Y es que hay espíritus que descansan bajo sombras redondeadas, de formas suaves y plenas, más simpáticas y humanas; sin embargo hay otros sobre los que se proyecta otro tipo de
sombra, como la del
ciprés, que es alargada.