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La sangre manda" supuso la vuelta de
Stephen King a un género que parecía olvidado entre sus admiradores: el relato corto. Después de la publicación de su primer compendio de historias ("Todo es eventual: 14 relatos oscuros"), la obra del oriundo de Maine fue comparada con la del mismísimo
Edgar Allan Poe. No por su carácter romántico ni por su estilo tremendista, sino por su pasmosa facilidad para suscitar reflexiones en los lectores. Las cuatro historias que conforman "La sangre manda" nos hacen desviar los ojos de la ficción a la que King nos tiene acostumbrados para centrarlos en un nuevo punto: nosotros mismos.
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El teléfono del señor Harrigan" es el primero de los relatos. Narra la vida de Craig, un muchacho corriente que trabaja para John Harrigan, hombre de negocios retirado. La tecnología irrumpirá en la vida del jubilado en forma de teléfono móvil y la cambiará por completo. Pero Craig descubrirá pronto que en el iPhone de su jefe se esconde un extraño misterio…
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La vida de Chuck" nos sitúa en un mundo apocalíptico, en el que California se hunde bajo su propio peso. Mientras los socavones se abren en las calles y el cielo cae a pedazos, un cartel luminoso parece colgar de todos los edificios del país. Siempre con la misma persona representada y el mismo mensaje en letras de neón: “¡39 MAGNÍFICOS AÑOS! ¡GRACIAS, CHUCK!”
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La sangre manda" es el relato que lleva el título del libro. Nos pone en las botas de Holly Gibney, personaje que ya protagonizó otras obras de King, como "El visitante". Esta vez le tocará ejercer de detective para identificar y capturar al despiadado terrorista que dinamitó una bomba en un colegio de Pennsylvania.
Por último, "
La rata" cuenta la frustrante vida de Drew, un profesor de Filología que decide retirarse a una cabaña en el bosque para cumplir su sueño de una vez por todas: escribir una novela. Durante su estancia, la súbita aparición de una rata terminará por acarrearle consecuencias imprevisibles.
Existe un elemento común a estos cuatro relatos: en todos ellos se da un suceso aparentemente inexplicable, cuya interpretación King deja a la consideración de sus lectores. Por esta razón, la mayoría nos hemos devanado los sesos tratando de descifrar estas cuestiones, de encontrarles una justificación. Qué ilusos fuimos. Nunca se nos ocurrió pensar en la explicación más sencilla: no la hay.
Sé que resulta difícil de creer. Pero no. Esta vez no. Esta vez no existe un argumento enrevesado que dote de sentido a las cuatro tramas. Esta vez, las piezas del puzle no encajan. Y no encajan, sencillamente, porque no han sido diseñadas para encajar.
Es precisamente ahí, en el hecho de que no encajen, donde reside la moraleja del libro: existen asuntos que escapan a nuestra comprensión y, la mayoría de veces, agradecemos que así sea.
Los respectivos protagonistas son incapaces de dar con un factor empírico que esclarezca sus problemas:
Craig no alcanza a comprender lo que le sucede al teléfono del señor Harrigan; el tal
Chuck que aparece en los carteles de todo Estados Unidos continúa siendo un desconocido para la población;
Holly vio inútiles sus esfuerzos por definir al grotesco asesino perseguido por la justicia; y
Drew tuvo que frotarse los ojos para cerciorarse de que la rata que se postraba junto a él era real.
Sin embargo, a pesar de que todos ellos hayan fracasado en su intento por explicar racionalmente estos sucesos, todos coinciden en una cosa: ya no quieren seguir intentándolo. Porque saben que conocer la verdad tendrá efectos desagradables, en el mejor de los casos, y macabros, en el peor de ellos. Por eso apartan la mirada de algo que no afecta directamente a sus vidas, algo que quedará como una anécdota y se perderá, tarde o temprano, entre sus recuerdos.
Quizá deberíamos tener esta actitud. O quizás deberíamos embarcarnos en un viaje sin descanso para desentrañar esos enigmas cueste lo que cueste, sabiendo que, si no lo hacemos, la culpabilidad, la incertidumbre y la curiosidad nos acabarán devorando por dentro. Depende de nosotros y solo de nosotros escoger uno u otro camino. La decisión es solo nuestra.
En definitiva, "
La sangre manda" es la panacea perfecta para combatir la monotonía de la cuarentena. Una obra que se lee en pocas horas pero que deja muchas más a la introspección sobre nuestra forma de afrontar la vida. Muy recomendable.