"Es lo bueno que tiene ser cangrejo en el nuevo milenio: no hay que afrontar más miseria -ni más Historia- que la ya conocida".
Todos los canales de televisión ofrecen una y otra vez la misma imagen. Un
avión acaba de estallar contra una
torre. Al primer impacto le sucede el segundo y una inmensa nube de humo cubre la pantalla. Las víctimas se multiplican y es fácil intuir la existencia de una montaña de cuerpos sin vida en el interior de los edificios siniestrados. El mundo entero está pendiente de lo que queda de Manhattan y no puede levantar la vista de los escombros de las
torres gemelas, convertidas ahora en gigantes caídos sin remedio.
El daño que el
atentado causa no es sólo físico y sus efectos colaterales son más grandes de lo que en principio pudiera parecer. Sin ni siquiera sospecharlo, la sociedad se sitúa en la antesala de la crisis, una
crisis que no es sólo económica. Los muertos son las víctimas directas, pero no son las únicas. Occidente entero se derrumba junto al mayor de sus símbolos y toda una
generación se hunde al mismo tiempo que lo hacen las
torres gemelas, quedando fundido su cadáver entre las ruinas, pasando a engrosar los escombros con la esperanza (ya inexistente) de que el futuro del mundo sea mejor que el presente. El cadáver de una
generación que ha perdido toda posibilidad y ha quedado huérfana de perspectivas "justo cuando el mundo -postrado de rodillas- echa a andar hacia atrás".
Alfredo pertenece a esa generación. Tiene veintitres años, un novio mucho mayor que él, un trabajo que odia y una vida que se derrumba en lugar de construirse. Aborrece a sus padres, utiliza a sus amigos, desprecia todo y a todos (empezando por él mismo) y no encuentra ningún estímulo que le haga salir de esa sensación permanente de apatía. Le devora el egoísmo sin control que le lleva a exigir cada vez más a los que le rodean. Se despedaza a sí mismo casi con deleite y no se siente satisfecho hasta que inocula su veneno alrededor.
Carlos, su pareja, se encuentra en Berlín, a miles de kilómetros de distancia. Les separa un vuelo que, por culpa de los atentados, es cada vez más difícil de tomar. Para colmo de males, algo va mal en su grupo de amigos.
Yolanda da la voz de alarma: su novio
Edu ha desaparecido. Es imposible que no haya dado señales de vida todavía, ya hace demasiado tiempo incluso tratándose de él.
Edu es compañero de
Alfredo desde la infancia, un poco calavera (o un mucho), pero aun así su mejor amigo. Merece que
Alfredo dedique un esfuerzo en buscarle y en investigar qué hizo en los últimos tiempos, sobre todo teniendo en cuenta que así podrá satisfacer el morbo y la curiosidad.
Las
torres gemelas se lo llevaron todo consigo dejando un solar arrasado y estéril. Un 11 de Septiembre el miedo se coló por las pantallas en las casas de la gente y con las imágenes de destrucción llegaron la pérdida de la inocencia y de la libertad.
Alfredo es el mejor representante de "la
generación cangrejil que se miró el ombligo, que se ve sin forma y sin ganas de tenerla, que se sufre a sí misma con la indolencia -el paso siempre atrás- de quienes no saben qué quieren ganar. De quienes han aprendido demasiado rápido lo fácil que es perder".