Estamos ante un libro "deliberadamente subjetivo". Savater no hace ciencia literaria ni ensayo académico. No pretende convertir su gusto literario en dogma, ni establecer un canon imprescindible y necesario. Tenemos en frente unas memorias lectoras, un diario de lectura, "un libro sobre libros: un libro sobre el amor a los libros y sobre la fuerza absorta del leer". Un libro en el que Savater simplemente nos habla de las mejores historias que le han contado.
Se trata de un ejercicio de "evocación", un intento de recuperar el espíritu que presidía las lecturas de nuestra juventud heróica y junto con el espíritu y el ánimo convocar también el gozo lector primario, sin depurar. Así mismo, pretende reivindicar el papel ético de un tipo de narración que supera lo meramente estético y actúa como contrapunto de la ciega necesidad, del peso insoportable de lo prosaico, de los mecanismos desmitificadores. En fin, de todo aquello que rebaja lo maravilloso y lo inmortal.
Los contadores de historias son anteriores a la literatura y persisten a pesar de ella y de su poderoso influjo estetizante y sancionador. Los cuentos, el lado épico de la sabiduría según Walter Benjamin, cuando consiguen escapar de la literatura recuperan su verdadero terreno: la ética, la iniciación y la magia. La narración pura fundacional no está sujeta a la evolución histórica de las técnicas, estrategias y recursos novelísticos. Simplemente satisface necesidades narrativas atávicas que se mantienen fuera del tiempo.
El narrador "viene de lejos" y construye lentamente otro mundo no convencional, no cotidiano, para que sus oyentes o sus lectores conquisten el derecho a residir en él. El narrador sabe que hay cosas que no se pueden explicar ni comentar, que sólo pueden ser contadas para que de esta forma alcancen el máximo número de resonancias y ambigüedades. El narrador jamás desmitifica, se separa lo menos posible de sus fuentes. El narrador tiene un interés práctico, da un consejo a quien le escucha y siempre cuenta la historia "desde el punto de vista del héroe".
Una narración no es una exposición informativa, da crédito a los prodigios. La narración debe servir de orientación en la vida, de guía ética. La narración nunca acaba. La narración no transcribe la realidad, la inventa, es puro artificio.
"La isla del tesoro" de Stevenson o de cómo se impone la razón audaz tras un viaje iniciático al abismo. "Viaje al centro de la tierra" de Julio Verne o la epopeya del esfuerzo y la perseverancia. "Las aventuras de Guillermo" de Richmal Crompton o el triunfo de los proscritos frente al pacto con la resignación. "La guerra de los mundos" de Wells o de cómo nuestros propios fantasmas y temores pueblan el universo desconocido. "El mundo perdido" de Conan Doyle o la ironía frente a la barbarie de la reflexión. Cualquiera de las obras aquí evocadas por Savater se ajustaría al concepto de narración desarrollado por Walter Benjamin en su breve pero magnífico ensayo "El narrador" y que el propio Savater adopta como guía de su primer y clarificador capítulo "La evasión del narrador".
En definitiva, un sentido y lúcido homenaje a la narración pura, ética e iniciática y al mismo tiempo a la lectura también pura, no orientada a nada ni endeudada con ningún tipo de estrategia lectora académica, ya sea esta de corte sociológico, psicológico, filosófico, etc. Una lectura en la que, como diría Michael Innes en boca de uno de sus personajes "El supremo interés allí está al nivel del diente y de la garra. Ataque y fuga, cacería, emboscadas, tretas. Y, durante todo el tiempo, la conciencia de la acción física; de masas materiales dispuestas como para un duelo. Y, por supuesto, el constante sentido de oscuridad y misterio que envuelve los sueños".