El hombre absurdo

¿Quién no ha sido un «Manolito Gafotas» en algún momento de su vida? Quién no ha soñado con ser…, con llegar…, con tener…, con ganar… Quién no sigue soñando con ser… La infancia, para mejor o para peor, nos modela el adulto en el que nos convertimos, nos llena la memoria de recuerdos que día a día se van perdiendo entre recuerdos nuevos, entre experiencias que superan a aquellos sueños; otras veces los intentamos ocultar para no revivir esas reminiscencias y dejar que sean solo olvidos. Pero llega un momento en que aquellos recuerdos (aquellos sueños de ser) vuelven sin ser invitados, y nos enternecen y nos dejan blanditos. Como te deja «El hombre heraldizante».

¿A cuántos (de los que ya tenéis una edad…) no os vienen recuerdos a la memoria de la etapa del colegio o de la universidad que os sacan una sonrisa nostálgica y os hacen pensar que entonces vivíais mejor? Aquel compañero al que siempre se le llamaba por su apellido porque era raro (el apellido) o tenía una rima de dudosa gracia; o aquel día que hubo un incendio cerca del colegio y casi os desalojan a todos; o aquel profesor que ponía exámenes sorpresa a la primera de cambio… Aquellas historias como la de «El viaducto» con aquellos compañeros que si te encuentras veinte años después vuelven a la memoria como si no hubiera pasado el tiempo, aunque ya dejaste atrás tus años de contorsionista.

¿Quién no ha encontrado mil justificaciones en esconder la mirada cuando las cosas pintaban feas en clase y se dejaba llevar por el anonimato del grupo? Aunque más tarde fuera el más gallito en el patio y reclamara a gritos que se la había dado a fulanito jugando al Tú la llevas. Ahora recuerdas ese día en el que hubieras querido salir en defensa de tu amigo, pero el miedo a ese profesor o a esos otros chicos de la clase de al lado te paralizaron y agachaste la cabeza. La cobardía es fortaleza, piensa «El hombre autoantónimo».

Y así, página a página, El hombre absurdo tiene la capacidad de rescatar de tu memoria viejas historias (porque ya tienes una buena despensa de años y de recuerdos que te permiten no vaciar nunca el recuerdo) y recordarlas con esa morriña en los ojos que te hacen sonreír, exhalar un «Ay, Señor, lo que ha llovido desde entonces», preguntarte que habrá sido de aquellos amigos a los que perdiste la pista hace años… Pero vuelves a sumergirte entre las palabras que Daniel Fuentes Casado ha trenzado para hacerte rememorar tus años de… Qué viejunos nos hace Fuentes Casado con estas historias del pasado. Qué viejunos pareceremos los que valoramos la serenidad del ánimo para soportar las vicisitudes de la vida.