Esta novela corta de Julián Ayesta es redonda y perfecta. Tiene el encanto del viaje a la adolescencia y al primer amor, Helena, y de fondo las playas de Asturias y la vida de una familia burguesa que se desliza lentamente en la España de los años cuarenta.
Candor sería un adjetivo adecuado a ese mundo quizás pacato y pequeño, pero también hermoso en su ingenuidad y en sus sentimientos. Y culto: se jugaba a hacer la guerra de Verdún porque se sabía qué había sido esa guerra, se conocía a Virgilio porque los casi niños le traducían aunque les diera pereza.
El mundo interior del adolescente, sus dudas y temblores, y lo que se denomina como lucha ascética, ese querer ser bueno, trascurre junto a pequeños sucesos externos que provocan la sonrisa y también la admiración, tanto por cómo el autor aborda lo que cuenta como por el contenido mismo de lo que cuenta.
“Helena o el mar del verano” recuerda algo así a otras novelas que recrean un tipo de adolescente digamos que hoy perdido en el tiempo, por ejemplo, “La vida nueva de Pedrito de Andía” de Rafael Sánchez Mazas, aunque la novela de Ayesta es un ejercicio más poético por la brevedad de pinceladas y por el estilo de la escritura, más descriptivo y menos de hechos donde paisaje interno y externo tienen una gran fuerza.
Gustará en definitiva este texto a quienes conocieron esa vida y hoy frisan los 80, pero también parece una lectura excelente para adolescentes y para aquellos lectores exigentes que quieran saber no sólo cómo algunas personas eran, pensaban o se comportaban “antes” –siempre interesante-, sino leer una historia delicada y con gracia, de las que por su calidad literaria dejan huella.