Sostenía el sabio
Aristóteles que la esencia humana se dividía en dos principios: materia y forma, y el nuevo libro de
Ignacio Gómez de Liaño, "
Filosofía y ficción", publicado por la editorial malagueña E.D.A. libros, parece hacer honor a esta idea al tratarse también de una obra de naturaleza dual en la que se propone maridar un par de conceptos que a priori nos parecerían antitéticos o, al menos, problemáticos de aunar: el pensamiento filosófico y la narrativa de ficción.
Podríamos aventurar por tanto que la intención del autor es formular una teoría narrativa del conocimiento o una epistemología de la ficción y para ello divide la obra de manera equitativa en dieciocho fragmentos o capítulos: nueve dedicados a ofrecer respuestas a diversas preguntas de la realidad humana y otros nueve en los que da rienda suelta a su talento como narrador.
Los nueve capítulos que conforman el alma filosófica, llamémosla así, del libro están ocupados por una sucesión de reflexiones y aforismos que abordan con afilada precisión todo tipo de temas: la política, la economía, la infancia, la educación, la creación literaria, la prensa, el arte… en definitiva, prácticamente todo aquello que forma parte de la condición de los seres humanos, siguiendo la vieja y manoseada máxima de
Terencio:
homo sum, humani nihil a me alienum puto («soy un hombre, nada humano me es ajeno»). Nada escapa a la ácida visión de
Ignacio Gómez de Liaño y difícilmente dejará indiferente al lector que se enfrente a sus páginas. Pues no teme expresar sin ambages su opinión el autor al atacar la demagogia de algunos políticos, criticar el culto al dinero imperante en nuestra sociedad o afirmar el desdén que siente hacia los filósofos alemanes en general.
La otra parte del libro, de mayor brevedad, apenas sesenta páginas de un total de doscientas, está conformada por una serie de relatos breves de corte clásico que invitan al lector a la reflexión presentándole situaciones cotidianas en las que el extrañamiento se manifiesta para suscitar dudas ante la realidad que nos rodea. Porque, como afirma el autor: «sentimiento de la vida, eso es lo que le pedimos al novelista que nos comunique, y porque es eso lo que le pedimos le autorizamos a que nos proporcione también conocimiento de las cosas». Abundando en ello, también manifiesta: «Uno se pone a escribir porque quiere recrear la vida y aspira, por ello, a iluminarla».
Pero aunque esta obra tenga apariencia bifronte a la manera del dios
Jano, ambas caras se complementan armónicamente entablando un diálogo entre
filosofía y ficción; entiende
Gómez de Liaño que las fronteras entre estas dos disciplinas son permeables y de igual modo que encontramos elementos narrativos tales como la alegoría de la caverna en filósofos como
Platón que sirven para ilustrar adecuadamente conceptos de cierta complejidad para la perfecta comprensión de su interlocutor, también es habitual que hallemos notables pensamientos filosóficos en las magnas obras literarias de renombrados autores como
Fiódor Dostoievski,
Marcel Proust o
Thomas Mann.
Filosofía y ficción pueden alimentarse la una de la otra, pues «mientras que el filósofo trata de mostrar el fondo de necesidad que hay en lo que nos parece contingente, el novelista trata de mostrar la contingencia que hay en lo que nos parece necesario». Una obra de gran profundidad intelectual y, sin embargo, de lo más accesible para un público curioso.