«Tendré que explicarte lo que es un Pueblo y sabrás que el nuestro está atravesado por tres realidades: la ausencia total de relieve, el Quijote y el viento. Tendré que recordarte que eres nieto de familia postal, bisnieto de campesinos y feriantes, tataranieto de carabinero exiliado y de quincallera, y que sientas entonces que eres heredero de una raza mítica».
“
Feria” no es una novela. Tampoco es un ensayo. Ni siquiera estamos ante una autobiografía, un anecdotario o eso que con cierta jactancia suele llamarse autoficción. Y sin embargo, contiene un poco de todo ello.
Quizá resida ahí parte de su éxito:
Ana Iris Simón ha esquivado las barreras del género para parir una obra flexible y locuaz, a ratos frívola y casi siempre perspicaz. Un libro que no parece escrito bajo ninguna aspiración literaria, con su ritmo atropellado y su lenguaje pizpireto, pero que se lee con gusto y cierta sensación de oralidad.
Partiendo de sus peripecias vitales, la autora nos propone un viaje hacia la infancia de una generación: un homenaje a la familia, a la tierra manchega y a una realidad rural en vías de extinción. Un relato cargado de vínculos y nostalgias, donde la estirpe y el territorio sostienen la memoria de la narradora y la libran del desarraigo.
Conocemos a su padre, comunista y ateo; a la Ana Mari; a sus abuelos feriantes y a sus abuelos campesinos –los Simones–; a su hermano Javi, a sus muchos tíos y a sus diecisiete primos. Y en ese refrito de cultura popular y anécdotas familiares, salpicado con momentos de profunda emoción, se cuela, de manera más o menos velada, una refutación hacia la idea de progreso que venimos aceptando por imperativo social (ese mundo de series a la carta, festivales de música y vacaciones exóticas; de alquileres compartidos y muebles de Ikea; de adultos infantilizados y niños sin infancia).
Y no hay más. Toda la polémica y la expectación alrededor de Ana Iris y su obra, esa andanada de dimes y diretes que se han lanzado a diestro y siniestro, no son más que la constatación de las palabras de
Ortega, a saber: que ambas maneras, las izquierdas y las derechas, tienden de igual forma hacia la hemiplejia moral.
Porque si bien es cierto que la autora diserta –a su manera-: deslenguada, con ironía y desparpajo– sobre la familia, el feminismo, las nuevas y viejas masculinidades, el liberalismo y la globalización, incluso la patria, en fin, sobre todos esos temas que hoy en día parecen tan enconados, tampoco lo hace de ningún modo que resulte disruptivo.
Lo que sí hace –y ya es mucho– es reabrir debates, captar contradicciones y hurgar en las heridas de la modernidad. Y en ese contexto,
Ana Iris Simón se mueve con soltura, con una indudable lucidez en su mirada.
Para leer “
Feria” como es debido, basta con mirar un poco más allá de ese parque de atracciones en que hemos convertido nuestros días. Puede parecer una oda a lo perdido, pero sus páginas apelan a la voluntad y a la intrepidez, proponen un viaje hacia adelante, una reivindicación de lo quijotesco.