Exposición y sobreexposición. Prestigio que eclosiona en fama y fama que conduce al repudio. Envidias, rencores, celos. Admiración bien entendida; admiración mal entendida que presenta vetas de odio. Pero también la indiferencia más absoluta. Vidas que se pasan la vida haciendo señales de humo en las que sólo se oye el canto de un grillo. Memorias que despiertan y despiertos que caen en la memoria. Desazón. Olvido. Olvido hasta el abandono. El peor de los abandonos, el olvido.
Valeria Falcón atraviesa las calles con la mente suelta y el corazón apretado. Le duele que la Urrutia (Ana, la espesa Ana) se haya despeñado por las laderas de su biografía hasta caer tan abajo. Sin un duro, más sola que las pocas ideas que su cabeza es capaz de poner en circulación y malviviendo en un piso sucio y de mala muerte, donde acabará sus días si nadie lo remedia. Y nadie lo hará. Nadie recuerda ya a la vieja gloria del teatro. Y si alguien se acuerda, ya no le importa. No ahora, cuando todo lo que queda de Ana Urrutia es una anciana demente que pasa las horas alrededor de una mesa camilla, con su perrita Macoque y su piso lleno de polvo. Con lo que ella fue. La Urrutia, la gran dama del teatro. Una de las actrices más intensas y admiradas. Valeria se sobrecoge. Sentía por su trabajo auténtica veneración.
A Valeria se le cae el alma a los pies cada vez que pone los pies en ese piso cochambroso y piensa que esta mujer que emocionó a todo el país y nunca cobró pensión se merece más respeto. Pero no respeto en forma de homenaje que te conceden en una de esas fastuosas y vacías galas de televisión; respeto en forma de ayuda social, de hogar decente, de residencia de ancianos, de cuidadora que vele por ella y se asegure de que no se la comen las ratas ni la mugre. Ese es el respeto que deberían darle, no tanto porque lo merezca, sino porque lo necesita.
Siempre se ha dicho que la gente del teatro es una gran familia, pero ella no lo tiene tan claro. ¿Dónde está ahora el resto de la parentela? ¿Por qué miran hacia otro lado cuando uno del clan pierde la voz pidiendo en silencio ayuda? De cara a la galería todos son actores y pertenecen al gremio de los que se doblan y se desdoblan, de los que salen de sí para encarnarse mejor. Pero cada uno tiene sus ideas y a cada uno le ha llamado la profesión por distintos motivos. Hay quienes sienten puro amor por el teatro. Amor del bueno, del eterno, del de verdad. Son los que ponen toda la carne en el asador cuando pisan las tablas y prefieren hacer una obra digna para minorías que un subproducto para hacer caja, aunque les venga más que justo pasar el mes. Otros disfrutan del éxito y del dinero sin remordimientos, dando saltitos a lo largo de un camino de rosas sin ni siquiera preocuparse por si su último trabajo degrada hasta la náusea la profesión. Hay ganadores de premios con talento que siempre llevarán clavada la espina de no poder ser profetas en su tierra. También los hay desengañados, antiguos amantes del teatro que ahora, despechados, miran de reojo cómo otros flirtean y se acuestan con su antiguo amor.
Valeria, Ana Urrutia, el ganador de la Copa Volpi Daniel Valls, la joven Natalia de Miguel con su hermoso rostro y su descarada inexperiencia, el experto Lorenzo Lucas, de vuelta de todo menos del amor, Mariana y Adolfo, la pareja de comunistas sin recursos aunque consecuente con sus ideales... Todos ellos, auténticos funambulistas tratando de conservar el equilibrio en el inestable mundo de la farándula, componen el elenco de personajes dirigidos por Marta Sanz en esta exquisita novela ácida que ofrece un gran espectáculo: el de la vida misma.