Aristóteles decía que el temperamento melancólico era propio de personas inteligentes. Yo más bien pienso que la melancolía invita al recogimiento y a la reflexión y esto es fundamental para desarrollar la inteligencia.
En cualquier caso, es importante diferenciar entre un estado melancólico o triste y su versión patológica en forma de enfermedad del ánimo, la mal conocida depresión. Trastorno de raíz neurológica que causa desórdenes de todo tipo en la vida de los que la sufren, incluido el de la incomprensión de los que le rodean.
Prueba de que ni los libros ni la escritura pueden combatir la depresión ni sustituir a los psicofármacos y a la terapia psicológica es la experiencia narrada en "Escritura y melancolía" por Juan Domingo Argüelles. Este libro, según Argüelles "parido con dolor y reescrito (ya lejos de la enfermedad) con un inmenso placer", es un testimonio verdadero y emocionado de su experiencia propia con la depresión, auténtica gripe psicológica de los tiempos modernos.
William Styron, Oliver Sacks, Castilla del Pino o Bruno Estañol, bien con su experiencia o bien con su ciencia, irán iluminando los recovecos más oscuros del curso de la enfermedad sufrida por Argüelles durante un tiempo. Por lo tanto, el autor habla "con la voz de lo vivido" y al mismo tiempo con la voz prestada de otros enfermos u otros pensadores que reflexionaron sobre el tema. En este último sentido se parecería (salvando las diferencias de extensión y pretensión) a la "Anatomía de la melancolía" de Robert Burton.
"Este libro habla de la escritura y de la enfermedad, y en algunos casos de la enfermedad escrita y de la escritura enferma". No es un tratado psicológico ni un libro enteramente testimonial. Mezcla de experiencia personal y libresca, su finalidad última - como reconoce el autor en una de sus cartas al prologuista y amigo - es ayudar a "otras personas en el trance de la depresión: su lectura quizá pueda servir a alguien más que a mí".
Al final, en el epílogo, ya liberado de la enfermedad y a pesar de saberse poseedor de un temperamento melancólico que puede predisponerle a ella, Argüelles reivindica la condición de melancólico: "los melancólicos reivindicamos el derecho a la soledad e incluso a la tristeza". De alguna manera el autor se siente hijo de Saturno y por lo tanto excepcional y no quiere perder la oportunidad de disfrutar de su tristeza, comprendiéndola y amándola.