"-No sé por qué estoy recordando todo esto. A veces me da por pensar que a los setenta años todavía hay tiempo para cambiar de vida. El problema es que los paisajes por los que transitamos siguen siendo los mismos, y albergamos las mismas preguntas y la misma ausencia de respuestas. Al final, acabamos en lo de siempre, abrigados por la certeza de los recuerdos. Ya conocemos sus dolores, los tenemos domesticados, mientras que lo nuevo augura también nuevos sufrimientos. Nos volvemos cobardes".
A
Miguel se le acaba el tiempo. Las horas se vuelven minutos y los minutos segundos en la carrera contra reloj de la edad. Los días se le escurren entre los dedos como siempre lo han hecho: sin pausa, sin prisa y sin piedad. Ya no queda mucho tiempo en su cuenta del "haber" y se debe resignar a atravesar la última etapa de su existencia con la demencia como compañera de viaje. Tiene previsto hacerlo a su modo, dejando a un lado a los sentimientos, guiándose por la lógica. Miguel va a emprender el último tramo del camino sin implicarse demasiado, sobrevolando la vida.
Tampoco
Helena dispone de mucho tiempo. Con la mochila repleta de preguntas y recuerdos, asiste al tedioso paso de los días grises y adormecidos desde el Paraíso, la residencia de ancianos donde quedó aparcada su vida en el maldito momento en que la vejez asomó su fea cara por la puerta. En ocasiones, algún comentario irónico acompañado de una mirada inteligente dejan durante unos segundos en el aire la estela de la mujer intuitiva y decidida que fue una mujer más comprometida con el corazón que con la razón.
Aunque ahora permanece en la "estación de espera" delimitada entre los muros de la residencia, Helena había vivido. Miguel, por el contrario, había preferido siempre el orden a la sorpresa, el control a la emoción. Helena sabía volar, mientras que Miguel se arrastraba muriendo un poco cada día.
A pesar de ser dos personas tan distintas -o precisamente por eso- Helena y Miguel se sienten a gusto el uno con el otro. Se buscan, disfrutan de su compañía y entre ellos se empieza a forjar una sólida relación de amistad.
En su situación, los dos ancianos parecen condenados a dejar pasar el tiempo sin esperar nada nuevo de la vida. Como todos los mayores. Como sus compañeros de residencia. Como
Marqués, el músico frustrado. Con la diferencia de que Marqués no se resigna a representar complaciente el papel que los demás le han asignado por la única razón de acumular un buen número de años a sus espaldas.
La rebelión de Marqués desemboca en una tragedia que dispara un detonante en la cabeza de Helena, arrastrando de algún modo a Miguel y haciéndole despertar de su letargo. En la edad en que la sociedad arrincona a los ancianos sometiéndolos al desahucio vital, Helena y Miguel emprenden un viaje extraordinario que les llevará desde
Tarifa hasta la ciudad sueca de
Mälmo pasando por
Tánger, un viaje iniciático que a la vejez cambiará por completo la trayectoria de sus vidas, a lo largo del que aprenderán el verdadero sentido del amor, de la amistad, de la libertad y de los recuerdos.