Estuve tentada de dejar la lectura de este libro a los pocos capítulos de haber empezado. «Otro libro sobre la Guerra Civil», pensé; y la verdad es que no me apetecía nada leer más sobre esta etapa de nuestra historia. Pero algo ha debido de cambiar en mi cerebro (de haberlo) porque me di cuenta de que leer sobre ella me ayudaría a seguir madurando. Porque no es fácil leer otra vez sobre un hecho que destrozó tantas familias y dejó tanto dolor, como todas las guerras, con la diferencia de que esta me toca directamente, por los dos lados de la familia (como a tantas personas en España, «Este no es un problema de buenas y malas personas. Este es un problema de bandos», cap. 7); heridas profundas, muertes injustas, pena… que mi generación hemos conocido por los recuerdos de nuestros mayores, por las historias que nos han contado, por lo leído y estudiado también. Una pena que, creo, ya deberíamos haber aprendido a gestionar y a sopesar cabalmente para que no sea el rencor el que guíe nuestros actos de hoy (más de ochenta años después) y de mañana. La Guerra Civil es parte de nuestra historia como país y como personas, sí; sin embargo… la mejor utilidad que deberíamos darle ya es aprender de errores pasados y mejorar con esa base el presente «… porque las balas y las bombas van cargadas de odio, muerte y sufrimiento y sacan el demonio que todos llevamos dentro» (cap. 17). En mi caso, esa guerra supuso (lo más importante entre otras consecuencias) que no llegara a conocer a dos de mis cuatro abuelos (también a otros familiares y también otras secuelas del desconsuelo en los que sobrevivieron a aquella guerra). Ya está. Es una basura no haber podido conocerlos y disfrutarlos. Ya está. No puedo condenar mi vida, mis decisiones, mi felicidad por eso. No puedo vivir con amargura y sed de venganza. ¿Venganza? ¿Contra quién? Pues eso… «… en el recuerdo no se vive, porque en el pasado no se puede echar el ancla de la futura existencia» (cap. 44).
Me alegro de no haber dejado de leer el libro. "El corazón con que vivo" es un libro que habla de la Guerra Civil. Sí. Pero son las palabras escritas las que lo hacen. Sin embargo, es la lectura posterior, la de pensar en lo que cuenta el libro, la de dar sentido real a las palabras leídas lo que te hace comprender que no es un libro sobre la Guerra Civil. No.
Es el relato de los absurdos procederes del ser humano por seguir y defender ideologías que pueden llevar hasta a matar a un hermano. Pero cuando cierras el libro al terminar de leer y las imágenes que ha generado en tu mente empiezan a amontonarse y, poco a poco, a ordenarse, comienzas a dar sentido real a esas palabras sobre la guerra, el suplicio y el desconsuelo; entonces llegas a entender el valor de la novela.
«Había dormido soñando y había soñado despierta», dice Peridis en el capítulo 4. Esa es la clave… leer pensando y pensar sin leer.
"El corazón con que vivo" es un reflejo del perdón que fue, es y será necesario para dar un paso más cada día. Perdonar y no olvidar, para no volver a caer en los mismos errores (esos a los que parece que nos quieren volver a llevar). ¿Es posible? Claro, lo hacemos todos los días. La rutina de caminar junto a quien convivimos nos enseña a querer y gestionar los desacuerdos. ¿Es fácil? Depende. A veces sí y a veces no. Depende de nuestra disposición, del perjuicio, del cariño, de tantas circunstancias que marcan la vida de cada uno. Las palabras de Peridis en esta novela, creo, solo buscan eso, recordarnos cómo las fuertes voluntades de las personas corrientes, como tú que lees estas palabras y como yo que las escribo, han sido lo único necesario para dejar atrás aquel dolor y construir un país que hoy se enfrente a retos inimaginables (sobre todo los causados por la estupidez del ser humano), «… porque cuando se reconcilian las personas mediante el amor, hacen lo mismo las familias, y cuando las familias están en paz, se reconcilian los pueblos» (cap. 50).