Tengo que contarte una Gran Historia. No esperes, sin embargo, que te relate gestas épicas, locuras de amor ni tragedias desgarradoras. Lo que voy a contarte no es nuevo, posee la belleza efímera del viento que siempre retorna. Es una melodía triste, frágil como un fragmento de sueño aunque eterna, y es por eso que se trata de una Gran Historia. "Las Grandes Historias son aquellas que ya se han oído y se quiere oír otra vez. Aquellas a las que se puede entrar por cualquier puerta y habitar en ellas cómodamente".
La Historia que leí y que me gustaría compartir contigo no es una, es "muchas". Es todas las historias en las que la magia de lo delicado modela el dolor hasta convertirlo en perfume. Es una historia iniciada hace muchos años, de hojas, gotas de lluvia, pliegues de piel y otros milagros minúsculos. Trata de "algo pequeño y apacible. Insoportablemente valioso".
Transcurre en el sur de la India, en la región de Kerala. Esta historia es dolorosa y lenta, pero también tierna y embriagadora. Habla de amor, angustia y soledad. Cuenta cómo el pequeño Estha, que "ocupaba muy poco espacio en el mundo", se vio obligado a separarse de su hermana gemela Rahel cuando era tan solo un niño. No volvieron a reencontrarse hasta pasados veintitrés años. Relata también la penosa vida de su madre, Ammu, sus amores adúlteros y las pasiones prohibidas de sus abuelos. Recuerda el hallazgo del cuerpo de Sophie Moll, una niña pequeña inglesa, ahogada por accidente en un río. Habla del maltrato, sufrimiento y desgracias que atraviesan tres generaciones de una misma familia, resignada a comprobar que "las cosas pueden cambiar en un solo día". Hace poesía de la muerte y sostiene con el horror un baile frágil perpetuo, al ritmo que marca la respiración del "Dios de la Pérdida, el Dios de las Pequeñas Cosas".
"Si pierdes tus sueños, perderás la razón". El hombre no es más que una brizna de paja arrastrada a merced del viento, sometido al capricho de las Grandes Cosas, que a veces se tornan crueles y se transforman en Cosas Peores. No es posible huir de su influjo y apartar las Grandes Cosas. "Las Grandes Cosas siempre se quedaban dentro. No tenían adónde ir. No tenían nada, ningún futuro. Así que se aferraron a las Pequeñas Cosas". Las Pequeñas Cosas tienen su propio Dios, diminuto y breve. Es el Dios del instante, del rocío, el beso y la semilla. Depositar su fe en él es "aferrarse a la pequeñez", al destello de hermosura. Saborear la inocencia breve, encontrar el pasadizo oculto por las ramas que conduce al mundo paralelo de la esperanza. Beber del oasis invisible para sustraerse al drama y engañar al destino que condena.
"El secreto de las Grandes Historias es que no tienen secretos". Es por eso que no soy capaz de explicarte el por qué, el cómo o el cuándo de esta historia. Las Grandes Historias "son tan conocidas como la casa en la que se vive. O el olor de la piel del ser amado". La reconocerás en tí cuando la leas.