"No hay nada escrito -se dijo-. Somos dueños de nuestra historia. Por mucho que las circunstancias y los que nos prejuzgan se empeñen en escribirla por nosotros".
Carmen trataba de afianzar esta idea en su mente mientras un escalofrío de miedo atravesaba su espalda. En lo más hondo de su ser se aferraba a la íntima convicción de que podía escoger su camino, dirigir su propia vida. A pesar de ser una mujer en un mundo donde el presente lo escribían los hombres, de vivir en un país de rígidas costumbres, de sufrir la presión enorme de las normas sociales, de sentirse profundamente deshonrada.
España acababa de dar el visto bueno a la ley del divorcio que, más que un hecho, era todavía una ilusión. Aunque la teoría admitía el derecho de una mujer a separarse de su esposo, la práctica presentaba tantos obstáculos que impedía que esta ley se hiciera realidad. El precio social a pagar por ejercer este derecho era tan elevado para las mujeres que muchas de ellas renunciaban a él, presas del pánico al rechazo y del miedo al qué dirán.
En esas reflexiones se debatía
Carmen Trilla mientras pensaba en sus hijos y en la triste posibilidad de estar separada de ellos. Tan solo imaginar esta circunstancia le revolvía las entrañas, para ella sería algo imposible de soportar. Tomía, Cuyaya y el Nene la necesitaban, y ella dependía de sus hijos en la misma medida. Esta era la razón más poderosa para seguir anclada a una vida que ya no era la suya, a una existencia rota, dolorosa, muerta.
Las circunstancias colocaron a Carmen en una situación que nunca habría podido imaginar. La traición de su marido le mostraba una faceta suya desconocida hasta el momento. José María ya no era el hombre que recordaba, la persona de la que se casó convencida y enamorada. Ya no era capaz de descubrir en él al hombre amable del principio; a sus ojos, la imagen del esposo que le había engañado con su hermana pesaba mucho más.
Seguramente, nada habría cambiado dentro de Carmen si su marido no hubiera actuado de esa manera. Ella seguiría siendo la esposa de un médico reputado de Barcelona, una mujer hermosa y bien posicionada que disfrutaba de sus hijos y gozaba de los lujos y placeres reservados a los integrantes de la alta sociedad. Probablemente, tampoco Carmen habría permitido que, de forma inconsciente, se abriera en ella el resquicio por el que
Federico Escofet se coló en su vida, transformándola por completo, colmándola de ilusión y enamorándola de nuevo. Pero así sucedió. Y fue alcanzada por un amor más fuerte que el primero: apasionado, feroz, arriesgado, incondicional. Un amor destinado a ser puesto a prueba continuamente, que tendrá que batirse en duelo con enemigos tan potentes como la guerra, la distancia, el aislamiento, la separación de los seres queridos y la exclusión social.