A finales del siglo XIX y principios del XX apareció en Europa, sobre todo en Francia, Italia e Inglaterra el modernismo religioso, una corriente de pensamiento católico que se separaba del canon neoescolástico adoptado por la iglesia, sobre todo por el intransigente Pío X. El cual no dudó en definir al modernismo religioso como síntesis de todas las herejías y lo persiguió de forma indigna. Pero el modernismo nunca pretendió provocar un cisma, sino que simplemente proclamaba una vuelta a una religiosidad más sencilla y cercana al fiel y una superación de la polémica entre fe y razón.
Unamuno, aunque simpatizó con este movimiento (prueba de ello son el artículo "De la desesperación religiosa moderna" publicado por la revista modernista "Il Rinnovamento" y el artículo "Jesús o Cristo", publicado por la también revista modernista "Caenobium") no perteneció a sus filas. Cosa que obviaron las autoridades religiosas cuando lo acusaron de hereje modernista e incluyeron alguna de sus obras en el "Índice".
El rector de Salamanca en el primer artículo "De la desesperación religiosa moderna" afirmaba que para un cristiano de fe Cristo es la garantía de su propia inmortalidad, de la supervivencia de su conciencia individual. Dios para este creyente no es la causa eficiente del universo, sino su pasaporte a la eternidad.
La pregunta auténticamente religiosa es teleológica: ¿Hacia dónde? Y cabría distinguirla de la científica, que sería causal: ¿Cómo?. El eje central del cristianismo no sería pues la respuesta a la cuestión sobre la autoría o creación del mundo sino, como se dice en la Epístola a los Corintios, la fe en la resurrección personal avalada por el sacrificio y posterior resurrección de Jesús.
Pero para desgracia del creyente, ni la existencia de Dios ni la unión con él a través de la inmortalidad pueden ser demostradas racionalmente. Eso, si bien no paraliza el intenso anhelo de trascendencia, crea tensión. Esta tensión, esta angustia entre el deseo de inmortalidad y la imposibilidad lógica de pensarla, es a lo que Unamuno llama "el pensamiento trágico de la vida".
Una vida trágica que hay que afrontar luchando con el misterio, luchando con Dios, con una actitud de "desesperación resignada" al estilo de Kierkegaard. Ya que la "vida de la desesperación aceptada es la vida espiritual más intensa y más íntima, es la vida más divina".
En el segundo artículo "Inteligencia y bondad" Unamuno afirma "que ser inteligente es un deber moral, como ser bueno". El comportamiento de los brutos mentales, de los dogmáticos, de los que juzgan a simple vista sin analizar, es imputable éticamente, como lo son los comportamientos malvados y ruines. En definitiva, que la inteligencia es una forma de bondad o la bondad una forma de inteligencia que hace que en última instancia la causa de la maldad sea la estupidez.
En el tercer artículo "Jesús o Cristo" nuestro rector replica alguna de las ideas del pensador modernista A. Loisy. Unamuno sostiene la idea de Jesús como encarnación de la conciencia de la divinidad, del sentimiento del dios viviente, de Jesús como "conditio sine qua non" para salvar al Dios personal, no a la idea filosófica de Dios.
Completan estos tres interesantísimos artículos un cuestionario de once preguntas para la revista "Coenobium" y un intercambio de cartas con Giovanni Boine. En ambos textos podemos explorar alguna de las ideas religiosas, espirituales y filosóficas que más adelante vertebrarán la obra de Miguel de Unamuno.