"Para ir en busca del sepulcro basta la fe como puente".
"Quien no oiga el canto del cielo no debe ir en busca del sepulcro..."
(Miguel de Unamuno)
A principios del
siglo XII parece ser que partieron, tanto de
Alemania como de
Francia, dos expediciones de niños que pretendían llegar a
Tierra Santa con la intención de liberar el
sepulcro de Jesucristo del poder de los infieles. Partieron hacia los puertos del sur, ignorantes y esperanzados, creyendo que los mares se abrirían para que ellos pudieran llegar a
Jerusalén.
A partir de este controvertido y fascinante hecho histórico
Marcel Schwob elabora ocho monólogos independientes, a veces complementarios, a veces contradictorios, que suponen otros tantos enfoques diferentes sobre el mismo hecho. El autor se mete en la piel de una serie de protagonistas, directos o indirectos, de dicha
cruzada y la suma de sus opiniones y experiencias componen la particular visión de
Schwob sobre un extraño acontecimiento
medieval que le interesó vivamente y sobre el cual se documentó a conciencia.
¿Realidad que sirve a la ficción o ficción que vale por la realidad? ¿Personajes históricos que cobran vida en una nueva realidad, la literaria, o personajes literarios que ganan credibilidad por tener antecedentes reales?
Schwob no es un cronista de la realidad, no se preocupa por ser verdadero, aplica sobre los documentos históricos "el coraje estético de seleccionar" y con lo espigado tras este proceso compone unos pequeños textos dotados de gran poder de sugerencia que, si bien no reflejan de forma exacta lo ocurrido, sí representan una
sobre-realidad fascinante que la realidad no cuenta.
Un clérigo mendicante que, al ver a los
niños, descubre que el fin de todas las cosas santas es la alegría, un leproso iluminado por la "santa ignorancia" de un jovencísimo
cruzado, un papa anciano (
Inocencio III) al que la noticia de la
cruzada de los niños hace dudar de sus resoluciones, tres pequeños
cruzados impulsados por una
fe desnuda que nace de sus corazones inocentes, un escribano municipal de espíritu práctico para el que los
niños son sólo un problema de orden público, un creyente musulmán que considera que la
fe de los
niños los protegerá crean en el dios que crean, una pequeña niña que demuestra que el amor siempre te lleva a
Jesús, el papa
Gregorio IX al que la vejez templa el orgullo y le hace desear la vuelta a la candidez y a la "
fe que nada sabe".
Ocho puntos de vista hilados por un solo color omnipresente en este "librito milagroso": el
blanco, lo
blanco. Una ausencia de color donde cabe la presencia divina, una nada que sólo dios llena ("-¿Qué es tu señor? / -No sé, es blanco"). Una nada
blanca a la que se llega a través de la ignorancia, la pureza y la inocencia.