Un paisaje de la costa levantina destrozado por la construcción indiscriminada. Un constructor perteneciente a la estirpe de los llamados "triunfadores", Rubén Bertomeu. Su ambiciosa familia. Un amigo de la familia, escritor fracasado, alcohólico y cansado de su vida, Federico Brouard. La mafia rusa y las personas de confianza que se encargan de los asuntos oscuros.
La especulación inmobiliaria, la corrupción más salvaje y todo lo que la rodea: venta de drogas, sexo a cambio de favores, tráfico de influencias y dinero negro. Todo esto va desfilando ante nosotros cuando nos adentramos en "Crematorio" y va conformando un panorama amargo y desolador que por desgracia nos resulta demasiado familiar.
"Crematorio" parte de la muerte de Matías Bertomeu, el último idealista de la familia y hermano de Rubén. Su cuerpo espera para ser incinerado mientras sus familiares y personas cercanas repasan sus vidas. Y por medio de estos recuerdos nos acercamos al pensamiento de un depredador voraz, lo que habitualmente se conoce por un "hombre de negocios", y a su insaciable entorno.
Y nos encontramos con excusas, justificaciones... nadie asume su responsabilidad frente a la barbarie cometida, la culpa siempre es de otro o de las circunstancias. Aunque las terribles consecuencias saltan a la vista, el que participa de estas atrocidades ni siquiera siente remordimientos porque no se cree culpable.
El fin principal de Rafael Chirbes al escribir "Crematorio" no ha sido condenar ni alarmar sobre la corrupción urbanística. Como él mismo explica, lo que pretende es contar la evolución que la sociedad española ha sufrido tras el franquismo. Esta etapa que aparecía llena de posibilidades y grandes expectativas y que finalmente ha derivado en una sociedad voraz, sin escrúpulos morales cuando de ganar dinero se trata. Y contar también "el estado del alma humana, la mía, la nuestra, en un mundo así".
Seguramente por eso Chirbes confiesa que esta novela le tuvo sumergido en un pozo sin fondo y que, a pesar del éxito, le resulta antipática. No es fácil aceptar una realidad tan egoísta y cruda cuando se tiene un espíritu limpio.