El Club del Cupcake

El tiempo se paraliza y el resto del mundo no existe para Silvia cuando se encuentra entre fogones. Cocinar es crear, manipular, sentir, experimentar. Mucho más que una tarea necesaria previa a la alimentación, la cocina es creatividad, sensibilidad, pasión y disfrute. La felicidad - piensa Silvia - debe de ser algo muy parecido a la paz de una cocina justo al terminar el combate, cuando sucede ese maravilloso instante de satisfacción por el trabajo bien hecho con el plato recién terminado y listo para servir. Un momento casi mágico para una enamorada del arte culinario como ella, que se toma la cocina como si fuera una religión.

Las ganas de independizarse llaman a la puerta de Silvia que, para poder conseguir costearse su propio espacio, traza lo que llama su "plan de dominación mundial": montar un pequeño negocio que al menos le diese dinero suficiente para vivir con dignidad. Su sueño es ser la feliz propietaria de una mezcla de obrador de pan casero con pastelería, algunas mesas y sillas y un ambiente coqueto y relajado donde los clientes podrían disfrutar de sus deliciosas especialidades, que estarían hechas según las recetas de repostería clásica con un punto de modernidad. Para poner en marcha su plan cuenta con el apoyo incondicional de su amiga del alma Casilda y del recetario de su abuela Carmen, el incunable más valioso de su colección, una libreta forrada con tela a cuadros rojos y blancos cargada de las recetas más sabrosas que se habían cocinado en su familia desde hace cincuenta años.

Como impulso previo al proyecto del obrador y dejándose llevar por una idea de su amiga Cass, Silvia organiza un curso de cocina en el que ella ejerce de profesora y sus alumnos se benefician de sus conocimientos y de su pasión contagiosa. El curso consiste en diez clases monográficas en las que enseñará diez recetas distintas de cupcakes, esas dichosas magdalenas de diseño que no pueden compararse con la repostería tradicional, pero que tienen tanto gancho a nivel popular.

El Club del Cupcake arranca su andadura con un reducido grupo de alumnos, cada uno con su personalidad propia, sus problemas y sus inquietudes. Las clases, además de enseñar a sus asistentes a elaborar dulces con sus propias manos, acaban resultando más útiles de lo que ninguno de ellos esperaba. A los alumnos pero también a Silvia, que no imaginaba que un curso para enseñar a hacer estas minitartitas de moda que tan poco le gustaban podría ser el primer paso de una larga serie de sorpresas que el destino le tenía preparadas.