Al intentar democratizar la cultura, igualándola por lo bajo, ésta se empobrece. Ofrecer a todo el mundo la posibilidad de ser culto con el mínimo esfuerzo ha transformado los contenidos culturales en una mercancía más de consumo rápido. La diversión reemplaza a la cultura, mejor dicho, la define ("la cultura es diversión y lo que no es divertido no es cultura").
Para esta nueva cultura no existen diferencias entre valor y precio. Lo bueno es lo que tiene éxito y aquello que no conquista al público es lo malo. El mercado fija el valor, que pasa únicamente a ser valor comercial. La cultura se mercantiliza y queda sometida a los vaivenes y dictados de los ciclos económicos.
El intelectual que garantizaba tradicionalmente la cultura, o bien se ha banalizado con ella convirtiéndose en un bufón "entretenedor" o se ha encerrado en el hermetismo de su torre de marfil. La casi desaparición de la crítica cultural ha convertido a los medios de comunicación de masas y a los expertos en marketing y seducción social en líderes de opinión y en generadores de esquemas frívolos y empobrecidos de la realidad. Se ha cambiado el pensamiento por la propaganda.
Los sistemas educativos adecuan sus planes de estudio a las demandas del mercado para crear consumidores perfectos y mano de obra adecuada a las necesidades de una producción incesante, relegando algunas áreas de conocimiento tradicionales de la cultura occidental a nichos académicos. Este es el caso de las humanidades, convertidas ya en rarezas académicas. La cultura de la palabra es sustituida por una cultura que entroniza lo audiovisual.
Los antiguos contenidos culturales creados para perdurar en el tiempo son reemplazados por bagatelas de consumo rápido y puntual. Lo que hace posible el arte y el pensamiento profundo según Steiner es "una aspiración a la trascendencia", a lo único que aspira nuestra sociedad actual aburrida y hastiada es al entretenimiento, la diversión y el ocio pasivo y banal. Con el desplome de los valores intelectuales y estéticos caen también los valores éticos. Cunde la corrupción política, el desapego a la ley, la indiferencia por los asuntos públicos, el amarillismo informativo, el "sexo descarnado" frente al erotismo. Esto crea "sociedades aletargadas, escasamente críticas y conformistas" en busca de naderías con apariencia de cultura que no les obliguen a pensar.
La "cultura" tradicional, la alta cultura literaria y artística, se marginaliza y queda relegada a reductos académicos sólo aptos para eruditos, apartando su vivificante influencia del común de la gente. La cultura es "cultivo" del conocimiento y la sensibilidad, pero también cultivo de sí. La cultura nos mejora como personas, amplía nuestra mente pero también nuestro corazón. Al final, de nosotros depende revitalizarla o enterrarla. Revitalizarla y que ésta dé un sentido más rico y profundo a nuestra vida o enterrarla y dejarnos narcotizar hasta convertirnos en idiotas entretenidos y autocomplacientes.