Tuvo que pasar la noche en casa de Chabela. Era lo mejor. La velada resultó tan agradable que el tiempo se les echó encima a las dos amigas sin que se dieran cuenta. A Marisa ya no le daba tiempo de volver a su casa. Maldito toque de queda. Bendito toque de queda, que propició un encuentro entre ellas haciendo emerger de algún lugar oculto una sensualidad que ni siquiera imaginaban.
La prohibición de salir a la calle a partir de cierta hora es un fastidio pero también una precaución necesaria, teniendo en cuenta la actividad que presenta el grupo terrorista Sendero Luminoso durante las últimas semanas de la dictadura. Corren tiempos revueltos para el Perú y todo el país, incluido el barrio limeño de las Cinco Esquinas, se debate entre la incertidumbre y el miedo. Tal vez por eso Marisa y Chabela se dejaron llevar. Ante situaciones críticas el ser humano puede reaccionar de manera insólita e insospechada. Y no cabe duda de que, en plena década de los 90, el país está atravesando un momento crítico.
El dictador Alberto Fujimori gobierna con puño de hierro y con la ayuda de su hombre de confianza, Vladimiro Montesinos. La seguridad ha dejado de existir, la democracia se derrumba y el sistema se hace añicos ante la incredulidad de millones de habitantes. El que antes fuera un barrio elegante y exclusivo es ahora un distrito venido a menos. Ya no hay garantías, ya nadie está a salvo. Ni siquiera en las Cinco Esquinas.
Marisa y Chabela, como el resto de ciudadanos, perciben el peligro. Sienten el aliento de un monstruo que amenaza con destruir lo que hasta el momento configuraba sus vidas. Pero sólo pueden adivinar la cabeza. El resto del monstruo, los tentáculos, permanecen ocultos. Cada vez más largos, más vivos y letales, pero escondidos. Llegando a todos lados, manipulándolo todo a su antojo. Y uno de ellos alcanzará al marido de una de las dos amigas, un exitoso ingeniero de minas al que el director de un semanario amarillista pretenderá extorsionar amenazándolo con sacar a la luz las fotografías de una orgía en la que éste había participado en el pasado. La trama se complicará cuando, al día siguiente de publicar las imágenes, el director del semanario aparezca asesinado.
Política y periodismo siempre han estado lamentablemente unidos. Forman un tándem de intereses mutuos en el que ambos se utilizan para obtener evidentes beneficios. En la dictadura peruana esta asociación perversa era obvia y sobrepasó todos los límites. Fujimori, ayudado por Montesinos, utilizaba a menudo a la prensa amarilla para difamar y dilapidar al que no era afín a su régimen. El poder sumaba fuerzas con los medios de comunicación para acabar con la reputación de una persona y esto le permitía, si lo creía conveniente, armarse de argumentos para cercenar su libertad. En "Cinco esquinas" Mario Vargas Llosa coloca al lector en el ojo del huracán, situación privilegiada desde la que su vista alcanza todos los puntos. Observa al personaje acusado con el dedo, indefenso ante el juicio público que sobre él libra la prensa. Intuye la presencia invisible y omnipresente del poder dictatorial. Presencia la corrupción de todos los estamentos y la desintegración de la libertad de opinión y de la democracia. Siente el terror de la población amenazada y su desesperanza. Asiste a la degradación de los medios de comunicación, que han perdido cualquier atisbo de independencia y moralidad. Pero presiente también que, a través del ejercicio del periodismo libre y bien entendido, es posible resquebrajar la dura córnea de la dictadura para ir abriendo poco a poco pequeñas entradas de luz.