Charlotte irrumpió en Foenkinos a través de su obra.
Una serie de intuiciones vagabundas le llevaron hasta ella.
Al encontrarse cara a cara con sus pinturas lo entendió todo.
Todas las atracciones y obsesiones que le acosaban desde hacía tiempo estaban allí.
Respirando entre colores que estallan, letras torturadas y música de fondo.
En un instante quedó fijado un punto de inflexión en su vida.
Lo reconoció de inmediato, había encontrado lo que andaba buscando.
En la obra de una pintora casi desconocida.
Una mujer frágil que resistió más de lo soportable.
Con una vida tremendamente difícil, casi heroica.
La de una persona judía en un mundo de persecuciones sin tregua.
Con el monstruo del holocausto siempre agarrado a su espalda.
La de una hija cuya madre, tía y otros muchos familiares optaron por quitarse la vida.
Con la sombra del suicidio acechándole en cada uno de los rincones.
La de una joven que encuentra el amor de su vida para tener que darlo por perdido.
Sin poder olvidarlo nunca, sin saber siquiera si seguiría con vida.
La de una ilusión que germina en un cuerpo fértil a pesar de todo.
Cuya llama se extingue tan cruel e injustamente.
Es una historia hermosa y dura a partes iguales.
Charlotte es un ser inocente al que la vida parece haber desahuciado.
Hay personas que siempre están al límite y habitan las aristas.
Que viven ahí porque no les fue posible hacerse con un pequeño rincón propio.
Por más que lo intentaron.
Los golpes son tantos y tan fuertes que todo lo que hacen es levantarse.
Eso si consiguen ponerse de nuevo en pie.
Charlotte es una de ellas.
De qué modo puede recomponerse una vida rota.
El descubrimiento de un pasado de horror enmascarado por la mentira.
No se me ocurren muchas formas de hacerlo.
Conozco cómo lo hizo Charlotte, pero para eso hay que ser un genio.
Ella hizo uso del arte.
En realidad, más que volcarse en su obra, llegó a vivirla.
La necesidad le impulsó a hacerlo.
Era preciso para conocerse, para descubrirse, para asimilarse a sí misma.
Podría decirse, sin miedo a equivocarse, que su obra es ella misma.
Observó que la pintura no era suficiente para plasmar toda una vida.
Aunque no era ortodoxo, añadió texto y sugirió músicas distintas.
Dio instrucciones de cómo debía acercarse el espectador a su obra.
Y logró con ello una nueva forma de arte.
Con el ambicioso objetivo de narrarse consiguió además innovar.
Era la voz que le surgía de dentro la que le instaba a hacerlo.
Debía reflejarse de tal modo que ambas Charlotte se confundieran.
Y fuera imposible distinguir si su existencia había sido "vida o teatro".
Tal vez inspirado en Charlotte logró Foenkinos algo parecido.
La historia de la pintora había arraigado en él muy profundamente.
Charlotte había llegado hasta él para quedarse.
Y el escritor la sentía encarnada dentro, era parte suya.
Tenía que transmitirla de un modo extraordinario.
Era importante que a través de su texto se adivinaran los colores y la música.
Que se intuyera la fragilidad, el horror y la belleza de esta vida.
Una vida que había sido constantemente interrumpida.
Foenkinos era incapaz de escribir dos frases seguidas.
A cada paso sentía una opresión que le obligaba a detenerse.
A "poner punto y aparte para respirar".
Por eso decide redactar con frases cortas.
De un renglón máximo cada una.
Interrumpiendo la narración muchas, infinitas veces.
Como la vida de Charlotte.
Como el único modo en que puede pensada una existencia así.
Y funde el tema con la forma, el contenido con el continente.
Logrando así un texto original e innovador.
Una novela en la que se difuminan los límites con la poesía o el teatro.
Tal y como Charlotte difuminó los límites entre su persona y su obra.
Convirtiendo por segunda vez la vida de esta pintora en puro arte.