“Para vivir, hace falta vivir... Creo que no deberíamos olvidarlo”
A.
Hace un año que Ekaitz dejó de confiar en la gente. La gente es tan falsa... Todo el mundo va a la suya. La gente habla por hablar; primero opina, te aconseja, te desea suerte en la vida e incluso parece que trata de ayudarte, pero al final te das cuenta de que no sienten lo que dicen, de que cada uno tiene sus prioridades, otras cosas más urgentes que atender. En los últimos tiempos, la relación con los demás era para Ekaitz una decepción continua. La relación que mantenía consigo mismo tampoco era buena: se había instalado en un pesimismo permanente, había muerto en vida. La culpa la tiene algo que sucedió hace ahora un año, cuando una terrible noticia removió los cimientos de su alma y desestabilizó toda su vida en un instante, el momento en que Ekaitz no tuvo fuerzas para soportar la tragedia que se le vino encima y decidió salir del mundo... "Y si sales del mundo, puede que no vuelvas a entrar..."
"Todos tenemos en esta vida un momento en el que nos sentimos desconcertados..." El abandono del hogar paterno, el fallecimiento de su madre, el accidente de coche de su mujer... Ekaitz se encuentra más perdido que nunca, sobre todo ahora que se ve en la obligación moral de hacerse cargo de su padre enfermo de Alzheimer con quien nunca se entendió bien y de retornar al hogar. Necesita con urgencia darse una segunda oportunidad, amar de nuevo y ser amado, perdonar a los demás y perdonarse a sí mismo, reencontrarse y volver a entrar en el mundo... Y está a punto de embarcarse en un viaje a las raíces que podría cambiarlo por completo.
¿A dónde van las sonrisas perdidas, los abrazos que no dimos, las caricias por descubrir, los besos que nunca gozamos, los sueños evaporados en el tiempo? De todos ellos quedan rastros, huellas, formas sutiles y rasgos frágiles que se pueden rastrear. Aparecen en los rincones más recónditos de nuestra memoria, están esperando ser descubiertos en pequeños recuerdos que parecían olvidados.
Para llegar hasta las sonrisas perdidas hay que saber reconocer las señales que llevan hacia ellas y dejarse orientar por las brújulas adecuadas: el olor de la infancia, un juego antiguo que habla de puños cerrados llenos de sonrisas abiertas o una bella frase que invita a la reflexión depositada sobre una almohada... hay miles de ellas, tan sólo hay que saber verlas. Son brújulas que nos ayudarán a encontrar el camino correcto para que podamos atravesar con paso infantil el sendero de guijarros que han ido dejando nuestras emociones, brújulas que nos mostrarán las oportunidades emocionales que perdimos y nos enseñarán a aspirar recuerdos hermosos y almacenarlos para cuando llegue el invierno. Y, sobre todo, no debemos olvidar algo muy importante: hay que implicarse a fondo con la gente más cercana a nosotros, lo que significa ser algo más que sinceros. "Las mentiras te rodean. Saber que existe un archipiélago de personas que siempre te dirán la verdad vale mucho..." Por eso la búsqueda de la felicidad pasa por saber inventar un "archipiélago de sinceridad" íntimo e indestructible donde nos encontremos con nuestros seres más queridos.