Si fuera el año 2013 diría que "Beowulf" es la adaptación al cómic del poema épico del mismo nombre. Que en este canto se narra la historia del Héroe gauta que, al enterarse de que Grendel, un engendro maldito descendiente de Caín, lleva años arrasando el pueblo danés, decide personarse ante El Rey y ofrecerse voluntario para luchar cuerpo a cuerpo contra el monstruo. Que promete vengar a los caídos y otorgarles la paz a los que aún viven. Que indudablemente la propuesta es aceptada y la promesa cumplida. Que Beowulf, a lo largo de 3184 versos acaba con Grendel, con su madre y muchos años después, ya siendo rey, con un dragón que, tras ser despertado por error, vuelve a amenazar la tranquilidad del pueblo.
Diría que todos los ingredientes que hacen de la épica lo que es confluyen en este poema: seres fantásticos, aventuras, magia, tesoros y por supuesto un héroe fuerte y valiente que representa la lucha (y la victoria) del bien contra el mal, que puede con todo y nos fascina.
Me preguntaría quién necesita un superhéroe teniendo un héroe.
Diría que no es fácil otorgarle frescura a una historia que lleva siglos siendo contada y que está instalada en el imaginario de todo el mundo ¿Quién no tiene claro cómo son Ulises, Aquiles, Eneas, Rodrigo Diaz de Vivar, Sigfrido o Gilgamesh? Hayamos leído o no las gestas que protagonizan, yo confieso no haberlo hecho en la mayoría de los casos, creemos saber quiénes son y cómo son y diría que Beowulf, el héroe escandinavo por excelencia, no es una excepción.
Diría que, en esta ocasión, desde mi punto de vista, había dos grandes retos. Acertar sin repetirse en la imagen que se proyecta del héroe y conseguir llevar al cómic la musicalidad y la cadencia de una historia contada en verso.
Y diría, si aún fuera 2013, que ambos retos han sido superados con creces, que el binomio Rubín-García ha sido capaz de hacer magia, que la narración fluye gracias al juego de viñetas que superpone las acciones, que la utilización del color es magistral y acompaña el ritmo de la obra y que el personal estilo de David se impone, sin darnos derecho a protestar, sobre cualquier imagen preconcebida que tuviéramos del héroe.
Pero estamos en el año 2023 y han pasado diez años desde que Astiberri publicara por primera vez el álbum Beowulf de David Rubín y Santiago García y ahora, con motivo del décimo aniversario, nos regala una nueva edición, especial y limitada, que recoge, además del tebeo primigenio, un montón de material adicional que revaloriza una obra que ya de origen era extraordinaria.
Ya no toca hablar, porque todo está ya dicho, de la influencia de Jack Kirby, de la agilidad y la expresividad del guion ni de los puntos de vista. No toca ya abrir debate sobre el epílogo ni alabar cada splash page.
Han pasado 10 años y ahora toca hablar de la nueva portada, soberbia, dibujada a cuatro manos. Toca hablar de los estudios de personajes y de los lápices que, como ya ha sucedido alguna vez, nos dejan ver las tripas del héroe. Toca bucear en los guiones y las acotaciones a los mismo y toca sentir que entendemos un poquito más el proceso creativo de dos (de tres) fierabravas.
Han pasado ya diez años y ahora toca volver a meter en la ecuación a Javier Olivares, que nunca estuvo del todo fuera y fue el primer dibujante que se enfrentó al reto que suponía Beowulf. Aunque en algún punto del camino se descolgó del proyecto y dio paso a las manos de Rubín, dejó terminadas algunas páginas que ahora podemos disfrutar en la nueva edición y nos hacen meternos en la historia como si la leyéramos por primera vez.
Aunque se sabe que el guion no es exactamente el mismo porque cuando David Rubín asumió el proyecto le pidió a Santiago García que lo reescribiera para él, no deja ser la misma historia narrada por la misma pluma, por eso es especial el material que nos ofrece esta edición. No es raro encontrar cómics con extras que incluyan apuntes sobre el procedimiento del artista. Lo que no es tan habitual es tener la oportunidad de comparar los procesos paralelos de dos dibujantes enfrentados a un mismo proyecto, y no dos dibujantes anónimos, sino David Rubín y Javier Olivares que, aunque en el año 2013 ya tenían nombre propio, en el año 2023 sabemos que aquellos bocetos no estaban dibujados por cualquiera.
Diez años después los tres autores pueden lucir la cabeza bien alta por lo que hicieron y por lo que siguen haciendo. El libro no ha perdido nada de frescura, y no seré yo, será el tiempo quien decida si se convierte o no en un clásico (yo apuesto a que sí).
Han pasado ya diez años y yo me sigo preguntando: ¿Quién necesita un superhéroe teniendo un héroe?