Los barcos se pierden en tierra

La mejor forma de conocer a un hombre es a través de sus pasiones. Allí es donde aparece su verdadero yo, donde la auténtica personalidad se desata, las emociones gobiernan y las máscaras no hacen falta.

Una de las mayores pasiones de Arturo Pérez-Reverte es el mar. Navegar por ese inmenso mar eterno, cargado de belleza y de peligros, en una metáfora de la arriesgada aventura que supone la vida misma. El mar, ese elemento capaz de ejercer en el hombre una antigua atracción fatal, un misterio en perfecto equilibro entre el deseo y el temor.

Arturo Pérez-Reverte es una de esas personas que ha logrado asimilar el mar como parte de él mismo. Él pertenece al mar y el mar le pertenece. Se ha adentrado más allá de sus profundidades y ha podido verle las entrañas, que no son tan diferentes de las suyas. 

"Los barcos se pierden en tierra" recopila una serie de textos escritos por Pérez-Reverte que tratan de temas diversos pero todos contienen el mar como denominador común. Ese mar antiguo y vasto, en el que este autor se siente tan cómodo, es el lugar en el que Arturo encuentra los puertos más exóticos, los mejores compañeros de viaje e incluso las tormentas perfectas.

Pérez-Reverte en sus singladuras se deja fascinar por la belleza de instantes que él vincula con sus lecturas y sus sueños, instantes como aquel en el que vio por primera vez una ballena en el Cabo de Hornos, aquel en el que vio nadar a su hija rodeada de delfines o la anécdota que cuenta del tío Antonio, un viejo capitán que luchaba con tiburones y piratas malayos a cuchillo. En otros textos sin embargo echa mano de su eficaz ironía y su espíritu iconoclasta y habla de los "pijoyates", las motos acuáticas, los domingueros de agua o la actuación de la Armada española con los piratas del Índico.

Posiblemente sea el mejor medio para conocer al Pérez-Reverte más auténtico. En "Los barcos se pierden en tierra" disfrutaremos de su faceta de elegante capitán de barco pero también del valiente corsario que no teme a nada.

El capitán Pérez-Reverte seguirá fondeando en extrañas y lejanas playas mientras sople el viento en sus jarcias y no falte el ron en su bodega, buscando buques fantasmas y ballenas blancas, para luego echar el ancla en cualquier puerto y contar sus historias por las tabernas.