Pasamos una gran parte de nuestra vida trabajando —mejor no hacer la cuenta de cuánto tiempo en total…—. Por eso, es importante que esa labor que repetimos cada día nos atraiga, nos haga sentir personas útiles; de lo contrario, entramos en una rutina aburrida y fatigosa que nos dificulta el desarrollo personal y nos aboca a una vida desdichada y con tendencia al autoabandono y la desidia. Y eso es lo que le estaba ocurriendo a José Luis. Habrá quienes no lo entiendan, porque los puestos de funcionarios que apenas dan un palo al agua, valga la redundancia —perdón por el chiste fácil, es por imitar el tono de la novela—, son muy envidiados. A pesar de esa aparente suerte, José Luis era cada vez más infeliz: su cómodo puesto de conserje en el Ayuntamiento afectaba demasiado, en sentido negativo, a su salud mental. Por eso, decide dejarlo y convertirse en emprendedor, en empresario, en su propio jefe, con un trabajo que sí le atrae y le ilusiona, aunque tenga que aprenderlo desde cero: el de asesino en serie. Mucho más dinámico y enriquecedor, dónde va a parar.
Por circunstancias de la vida –o de la muerte, según cómo se mire—, se cruzan las vidas de José Luis y Vicenta. Vicenta es una anciana viuda que se resiste a dejar atrás los placeres carnales y sabe mantener el estado de su ánimo muy por encima del aspecto de su cuerpo. Es más que posible que le quede poco tiempo por vivir y no tiene intención de desperdiciarlo. Todo un ejemplo. Lo que surge de la interactuación de estos dos personajes es una sucesión de escenas que van enredando la trama y arrancando carcajadas al lector página a página. Además de esto, al final de muchos de los capítulos encontramos ilustraciones de Segundo Deabordo con apenas una o dos líneas de texto; una suerte de trama en apariencia independiente, que va tomando forma a medida que avanza la lectura para converger con la historia principal ya en sus últimas páginas.
Ramón Arangüena prologa "El asesino y la viuda" y nos adelanta lo que vamos a encontrar: una novela corta, jocosa y ocurrente en la que el verdadero protagonista es el humor. Sin adornos innecesarios, con una prosa directa y sencilla y grandes cantidades de ingenio, El Capitán Carallo nos trae una historia para desconectar un buen rato y dejarnos llevar por el reponedor efecto de la risa.
Más allá del absurdo y la ironía que predominan en esta novela, tenemos una historia bien definida e hilada, con unos personajes con carácter propio que, para bien o para mal, van evolucionando junto con la trama. Literatura hecha chiste o chiste hecho literatura; el caso es que está claro que el autor se toma muy en serio esto del humor.