Vigilarse a uno mismo, percatarse de hasta qué punto nuestras ideas, nuestras acciones, incluso nuestras emociones, están condicionadas por la tradición, el pasado o la memoria. Descubrir qué papel tiene el miedo en el mantenimiento de estos condicionantes. Investigar de qué manera la ambición, la codicia y el afán adquisitivo mutilan nuestra capacidad de responder de forma generosa y no calculada. Reflexionar acerca de la facilidad de autoengaño de la propia mente, la cual proyecta nuestros propios anhelos, haciéndolos pasar por la realidad. Caer en la cuenta de que es nuestra necesidad de seguridad la que crea figuras de autoridad que luego nos esclavizan ("donde hay dependencia hay temor y donde hay temor hay autoridad, no hay amor"). Averiguar que el orgullo, el sentimiento de importancia del yo, engendra inevitablemente conflicto, lucha y dolor, que el deseo de ser "alguien" nos aleja de ser nosotros mismos.
Para ser conscientes de todo lo anterior necesitamos, según Krishnamurti, una mente despierta, una "mente inquisitiva", no una mente acumulativa-repetitiva. Este tipo de mente se educa, de hecho el gran objetivo de la educación debe ser "la transformación radical de la mente", la cual es mucho más que el pensamiento (logocentrismo) o un mecanismo de procesamiento de información (cognitivismo). El objetivo final de la mente debe ser "la comprensión" y no la acumulación de conocimientos y experiencias. Y esta comprensión se consigue no con "la concentración" que fuerza la mente restringiéndola, sino con "la atención", proceso exento de temor y que da paso a una consciencia ilimitada.
A Krishnamurti le interesa el desarrollo total de cada ser humano, ya que "sólo el más pleno desarrollo de todos los individuos crea una sociedad de iguales" y este desarrollo pasa por potenciar la capacidad de pensar de forma clara y sensata, sin falsa ilusión, partiendo de hechos y no de creencias o ideales.
A las personas hay que educarlas para que amen la comprensión por sí misma y hay que hacerlo sin disciplina (que genera sumisión), sin ambición (que es siempre antisocial), sin comparaciones (que fomentan la frustración y la envidia) y sin calificaciones (que hieren la dignidad). Se debe estimular en los educandos la "inocencia" entendida esta como "pasión del olvido de sí mismo", desde la que surgen la cortesía, la delicadeza, la humildad y la paciencia, que son todas expresiones del amor.
Por otra parte, Krishnamurti insiste también en educar lo que él llama "la mente oculta" (el inconsciente), la cual contiene el pasado residual e influye sobre el futuro. Sólo puede haber inteligencia cuando comprendemos tanto la mente superficial como la oculta y sus relaciones, es decir, cuando comprendemos la "mente total".
Entreverando en su mente la cultura india y la inglesa, Krishnamurti realiza una síntesis personal de altísimo valor pedagógico para cualquiera que tenga la fortuna de descubrirlo y el valor de olvidarse de los grandes maestros y encontrar por sí mismo la raíz de su propia libertad.