Estamos ante un libro paradójico, como la vida ("la vida - según Alan Watts - es un juego cuya primera regla es que la vida no es un juego). Cuando la lógica domina el pensamiento no hay sorpresas, no lo permite el estricto cálculo de lo posible y lo imposible regido por los principios de no contradicción y de tercero excluido. Sin embargo, todo lo espiritual y lo profundamente humano es paradójico, contiene alguna contradicción aunque también muchas e interesantes sorpresas.
Unamuno decía que la paradoja es una proposición tan evidente cuanto menos como el silogismo, pero menos aburrida.
Amargarse la vida es un
arte y como tal requiere pericia, aplicación y dotes naturales. No basta con las desdichas, sinsabores y contratiempos cotidianos, hay que esforzarse para conseguirlo. ¿De qué sirve ser feliz pudiendo tener una vida doliente e incluso trágica? ¿Qué seríamos y dónde estaríamos sin nuestro infortunio? ¿Qué hay más difícil de soportar que una serie de días buenos? ¿Qué nos hace pensar que la búsqueda de la felicidad al fin nos traerá felicidad? ¿Hay algo más desasosegante que el cumplimiento de nuestros deseos?
Todo arte dispone de un arsenal de procedimientos, mecanismos y protocolos de ejecución.
El arte de amargarse la vida también los tiene.
Watzlawick, basándose en su dilatada experiencia clínica y psicoterapéutica, nos ofrece una interesante y útil selección de estas técnicas. Esta selección no debe de ninguna manera coartar la fecunda creatividad de los "dolientes", que personalizarán y dotarán de estilo estos procedimientos de convertir la existencia en un calvario. Como muestra citamos algunos de ellos:
1.- Convertir el pasado en una fuente permanente de amarguras, sublimándolo como una edad de oro perdida para siempre ("ahora ya es demasiado tarde")
2.- Autosugestión al servicio de la desdicha, creando uno mismo situaciones negativas sin saber cómo ("que tu mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda")
3.- Evitar o eludir lo temido como forma de garantizar su permanencia.
4.- Practicar las "
profecías autocumplidas", atrayendo las circunstancias que justamente se pretenden evitar ("la profecía del suceso lleva al suceso de la profecía")
5.- Alimentar ideas fijas de carácter negativo, ya que éstas son capaces de crear su propia realidad.
6.- Convertir la vida en un juego de "sumas a cero" en el que la pérdida de un jugador significa la ganancia de otro.
Como hemos dicho al principio este es un libro paradójico, pero su mensaje final no lo es. Hemos visto cómo, en gran parte, somos los creadores de nuestras propias desdichas pero, por la misma razón, podríamos ser también los creadores de nuestra propia felicidad. He ahí la grandeza del hombre que, simplemente como diría
Dostoievski, "es desdichado, porque no sabe que sea dichoso". No es consciente, como los austrohúngaros del viejo imperio, que las situaciones pueden ser desesperadas pero no serias.