La
novela histórica es algo más que un mero relato cronológico de hechos políticos o militares o de algún acontecimiento extraordinario, aunque, en la actualidad, sus propósitos suelen quedarse en la liviana instrucción y en el deleite, puesto que suele interesar más la venta de ejemplares que la altura literaria.
Un anecdotario de época, un colorido memorable, nombres históricos, los agitamos sin revolver y tenemos un folletín a lo Dumas con la historia como decorado. La edad de oro de la novela histórica fue el siglo XIX, no este lustro actual, porque hoy en día no se escribe desde propósitos pedagógicos o divulgativos en relación con la historia ni para alertar de defectos presentes a partir de paralelismo con acontecimientos del pasado, ni para efectuar una crítica social, ni para extraer lecciones del pasado habida cuenta de que la historia es la maestra de la vida. Las
novelas históricas contemporáneas solo ofrecen evasión mediante fórmulas arquetípicas, que incluyen intrigas policíacas y sentimentalismos varios, quedándose fuera de la sinopsis los condicionantes sociales, económicos y culturales al ser sustituidos por el azar, las pasiones, el destino, las motivaciones personales de los personajes y los lugares comunes. El lector suele aprender la Edad Media, por ejemplo, más por medio de ficciones que desde el estudio histórico, lo cual es una mirada parcial al pasado, tal como conociéramos Roma solo por el
peplum cinematográfico.
A los personajes reales novelados se les deben atribuir palabras y acciones reales junto con otras inventadas adecuadas a su carácter, así se dota a la ficción de mayor verosimilitud gracias a los elementos de la verdad. Igualmente, los acontecimientos históricos se deben enlazar con la acción ficticia, incluyendo circunstancias reales con el fin de rehacer el tejido del elemento histórico. Es, por tanto, la exigencia de la realidad,
prodesse et delectare (información más entretenimiento) con una ambientación atractiva y unos referentes históricos reconocibles con la máxima familiaridad posible.
Alessandro Manzoni, autor de "Los novios", inició en 1827 su ensayo "
Alegato contra la novela histórica", que publicó en 1850 y que mereció los elogios de
Goethe. Manzoni ya advirtió por entonces de la perversión de la novela histórica, de la muerte de dicho subgénero por desviarse de sus inicios como epopeya histórica de la mano de Lucano. Para
Manzoni, la novela histórica es una obra “en la que deben intervenir la historia y la fábula sin que se pueda establecer ni indicar en qué proporción o relación, por lo que no se puede escribir de un modo adecuado”. Mientras el historiador se abstiene de inventar y, en el supuesto de conjeturar, apunta siempre a lo real, el autor de novela histórica crea un pastiche de hechos e invenciones que hoy en día se confunde con la novela testimonial.
Manzoni entiende por historia la narración cronológica de hechos humanos mediante una exposición sistemática y ordenada, dando a conocer el modo de ser de la humanidad en un momento dado. Si en verdad solo existe la historia en la medida en que se puede distinguir de lo que no es veraz, engrandecerla con lo verosímil (como lleva a cabo la novela histórica) únicamente consigue reducirla. Para
Manzoni, “el arte es arte en tanto que no produce un efecto cualquiera, sino un efecto definitivo” y la novela histórica (ni antes ni ahora) no lo logra, salvo contadas excepciones (el español
Arturo Pérez-Reverte). En el citado alegato,
Manzoni reflexiona acerca de la verdad y del papel que juega la literatura en un mundo cercado por la ficción, el simulacro y lo virtual.