Frank Bascombe ha cumplido los cincuenta y cinco. No puede decirse que le vayan bien las cosas: su segunda mujer lo ha abandonado; padece cáncer de próstata. Y así todo, deambula cuasi serenamente por eso que él denomina ‘
El periodo permanente’: una especie de alejamiento de los acontecimientos, cuando el pasado se vuelve borroso y el fracaso vital ya no es posible, porque uno acaba por aceptarse a sí mismo y a los que le rodean sin hacerse demasiadas preguntas.
Confieso que no me entusiasmó “
El periodista deportivo”, la novela en la que
Richard Ford nos presentó a su personaje. Y es que esa ambición por penetrar en lo concreto, con sus idas y venidas por carreteras interestatales y aeropuertos, su recreación en el detalle y los localismos, y la particular búsqueda de lo universal a través de lo rutinario, me resultó un tanto agotadora.
Y sin embargo... Su prosa te va envolviendo, filtrándose hasta formar un poso, una voz propia e inconfundible que por momentos se vuelve hipnótica. Y cuando te das cuenta, estás dentro: tú eres
Bascombe. Es lo que tiene la narración en primera persona, su artificio primordial, pero en el caso de Ford hay algo más, una cocción a fuego lento, como esa rana a la que van poco a poco hirviendo en agua sin que llegue a ser consciente.
Así que continúo con “
El día de la independencia”, ganadora de los premios
Pulitzer y
PEN/Faulkner. Y ya sin remedio, metido en la piel y los pensamientos de este americano de mediana edad, desemboco en la obra que nos ocupa, la que en su día iba a ser el final de la trilogía (años más tarde publicaría “
Francamente, Frank”, donde se retoma el personaje a través de cuatro novelas cortas).
Al igual que en las dos novelas anteriores, la acción transcurre a lo largo de unos pocos días, en esta ocasión los que preceden a la que es la celebración norteamericana por antonomasia. Han pasado doce años desde los hechos narrados en “
El día de la independencia”. Transcurre el
año 2000, justo unas semanas después de las elecciones presidenciales, cuando el país entero asiste atónito al espectáculo del recuento de votos y la pugna judicial entre los aspirantes
Al Gore y
George Bush (la vida es circular, piensen en Trump y Biden). Y aquí tenemos de nuevo a Frank, más viejo, más gruñón, otra vez de un lado para otro por las carreteras de
Nueva Jersey, tratando de organizar la reunión familiar, atender el negocio inmobiliario que regenta junto a su excéntrico socio tibetano, lidiar con dos exmujeres, un cáncer, y, flotando en el ambiente, la pregunta que se desliza desde el capítulo inicial, saber si acaso está preparado para abandonar ya este mundo. La respuesta, claro está, no puede ser otra: “Pues no, mire usted. Me parece que no. Todavía no.”
Es posible leer “
Acción de gracias” como una novela independiente. Se perderán matices, cierto anclaje de algún personaje o historia secundaria, un guiño aquí y allá… pero el autor se las arregla para componer una pieza con significado propio, y todo el bagaje vital que ha acompañado a Frank a lo largo de su vida adulta sale a la luz sin que el nuevo lector necesite ningún prefacio: el recuerdo de
Ralph, el que fuera el mayor de sus tres hijos, cuya prematura muerte a los nueve años lo acompañará siempre como una sombra al acecho; la disfuncional relación con sus dos vástagos sobrevivientes, el inestable
Paul y la inasible
Clarissa; la difícil medida de los sentimientos que le unen con
Ann, la madre de sus hijos, y la no menos difícil aceptación de la ausencia de
Sally, quien lo ha abandonado para regresar junto a un exmarido recién salido de entre los muertos. La familia bien, gracias, quién ha dicho que la vida sea fácil.
Para aquellos que gusten de trazar sus libros con marcas y anotaciones, cualquier novela de
Richard Ford se convertirá a buen seguro en carne de subrayado. Como no es mi costumbre, me quedo en cambio embobado cada dos por tres, masticando la composición de una frase o el sentido último de un párrafo, tratando de aferrar sus palabras hasta que cobran plena conciencia en mi mente. Y esta vez, disfruto además de un paso hacia adelante: un sentido del humor que asomaba la cabeza en sus predecesoras, pero a cuenta gotas, como si no acabara de brotar del todo. En “
Acción de gracias”, en cambio, nos encontramos con un
Bascombe desencadenado, cargado de sarcasmo e ironía, y cuyo desencanto vital se tamiza a través de una mirada socarrona que afila la perspectiva de todo lo que nos muestra.
No sé si “
Acción de gracias” pertenece a esa estirpe que llaman ‘La gran novela americana’, término tan manido que se ha tornado difuso. Pero desde luego es una gran obra, escrita no sólo con la ambición de abarcar un momento concreto en la historia de los
Estados Unidos, sino y sobre todo, con la precisión de un francotirador que inscribe al individuo en el centro de su diana. Una novela que desde el envoltorio de lo público disecciona el cariz de lo íntimo, y cuya lectura exhala el inconfundible aroma de lo perdurable.