Inglaterra, siglo XIX. Abigail es una joven de clase alta. Tiene una vida fácil y predecible, acorde a como mandan los preceptos sociales: su padre acordó su matrimonio pero, por suerte, con el tiempo surgió el amor; tiene dos hijos a los que adora y a quienes siempre acompaña la niñera, y su mayor pasatiempo es acudir a actos sociales u organizarlos para sus amigas o matrimonios de su mismo nivel. Cierto es que se sale en algunos aspectos de los cánones, como en la estrecha e informal relación de amistad que mantiene a escondidas con Juliette, su dama de compañía. No obstante, si le preguntaran, contestaría sin dudarlo que es feliz. Tiene un marido al que quiere, que la quiere y respeta, y los mantiene a ella y a sus maravillosos hijos. Le gusta su vida, lo afirmaría sin vacilación.
Pero, entonces, ¿por qué siente ese «algo» cuando ve a ese extraño? Un sentimiento desconocido para ella la enciende por dentro las contadas ocasiones en que sus miradas se han encontrado. No sabe nada de él, ni han cruzado una palabra; desconoce de dónde es y hasta su nombre. Pero lo que le provocan sus ojos la coloca en una encrucijada entre mente, corazón y entrañas; la turba sobremanera y desafía a la estricta educación moral que ha recibido.
Lídia Castro nos lleva en esta breve novela romántica de corte histórico hasta la época victoriana, evidenciando una concienzuda documentación. Es Abigail quien, en primera persona, recrea paisajes reales y vestuario con fidelidad y detalle. Cada escena representa las costumbres de la época, la ostentación y a la vez el recato que caracterizaban a la alta sociedad. Pero también nos cuenta su propia historia, la de la mujer más allá de los convencionalismos, la que conoce lo que debe hacer pero tiene sentimientos y necesidades emocionales que trastocan su estabilidad impostada. Es, en resumen, una lucha interior que no entiende de épocas ni de clases: la que libran mente y corazón. ¿Quién ganará…?
La imagen de la cubierta, obra de la artista Andrea Obregón, representa la esencia de esta novela: Abigail con su vestido, joyas y peinado perfectos y la mirada perdida en lo que pueda haber más allá de esa vidriera colorida y hermosa que es su vida. Preguntándose, tal vez, cómo puede sentir que le falta algo si, tal y como cree, lo tiene todo.