Una lectora nada común

En los círculos reales ingleses la literatura no está bien vista, no es pertinente que una reina lea. Una reina no puede tener aficiones, ya que éstas suponen preferencias y las preferencias excluyen a gente. El trabajo real consiste en "mostrar interés pero no interesarse". Una reina hace cosas, no puede perder el tiempo en leer ya que ésto equivale a no hacer nada. En un soberano el deber ha de estar por encima del placer, aunque sea el placer de aprender. Una reina está en la realidad y forma parte importante de ella, no debería interesarse por los libros, ya que éstos sólo son reflejos de esta realidad. Leer es retraerse, no estar disponible, y una reina no puede permitirse una actividad tan egoísta, se debe a su pueblo, no a la literatura. Pero si a pesar de todo su majestad lee un libro alguna vez debe terminarlo, ha sido educada así. "Libros, pan y mantequilla, puré de patatas: no hay que dejar nada en el plato". Sin embargo, y aun siendo consciente de todo esto, la reina por casualidad descubre una biblioteca móvil del municipio de Westminster aparcada a las puertas de la cocina del palacio y decide empezar a leer. Norman, un joven empleado de la Casa Real y apasionado lector, se convierte en el "ayudante literario" y guía de lecturas de su majestad. Muy pronto el entorno de la reina empieza a detectar unos cambios preocupantes en sus hábitos y opiniones. La Corona podría peligrar, la lectura decididamente es antimonárquica.

A pesar de la oposición de los asesores reales la reina sigue leyendo (Nancy Mitford, Ian McEwan, A.S. Byatt, Dylan Thomas, Vikram Seth, Henry James, Alice Munro...) descubriendo así los placeres de la lectura y el gusto por transmitirlos. Su majestad se da cuenta de que un libro lleva a otro libro y de que la lectura apasionada es "desordenada, dispersa e incitante". Rodeada de libros se siente de incógnito, puede ser ella misma. Leyendo aprende que todos somos iguales ante los libros y que en la república de las letras es la mancomunidad de lectores quien tiene la soberanía. Incluso desarrolla la habilidad motriz de "leer y saludar con la mano al mismo tiempo" y la habilidad social de entablar conversación preguntando a sus interlocutores por el estado actual de sus lecturas. Al final la lectura consigue lo que el paso de los años no logró, hacer más indulgente a la reina, más tolerante, más humana. Será ella misma la que escribirá en su diario: "Creo que me estoy convirtiendo en un ser humano".

Estamos, pues, ante una fábula realista que es al mismo tiempo una crítica al poder y una defensa de la literatura y de su capacidad subversiva. La lectura incomoda al poder, un hombre concentrado en un texto es un ser fuera de control, extraño, desconcertante, que amenaza con despertarse. Un hombre que lee -según Ezra Pound- es un hombre intensamente vivo y el libro una bola de luz en su mano. La lectura, por lo tanto, es luz y posibilidad de ver. Un hombre que lee ve más lejos y desde más alto. Un lector es un hombre nada común, como nada común es un hombre que escribe. Ambos deben adoptar una posición oblicua y transversal, ya que su lugar natural son las grietas del rocoso e inamovible status quo.