Aunque ya publicará en 1999 Adiós, Chunky Rice, conocimos de verdad a Craig Thompson en el año 2004 cuando a las librerías españolas llegó Blankets, un tebeo íntimo y personal en el que el autor, con suma delicadeza, nos hablaba de su infancia y posterior adolescencia que no fueron en absoluto fáciles, pues habían estado marcadas por los abusones y las restricciones de un entorno católico que, cumpliendo con todos los estereotipos, encorsetaba su necesidad de ser y sentirse libre.
Más de 20 años después y con unos cuantos cómics a sus espaldas, Thompson vuelve a regalarnos una biografía en la que de nuevo relata su infancia. Sin embargo, esta vez, cambia el punto de vista y pone el foco en el cultivo del ginseng que es la principal fuente de ingresos del pueblecito de Winsconsin en el que se crió.
Aunque la mayoría de los lectores hemos recibido este libro como una segunda parte de aquel aclamado Blankets, el autor ha contado en alguna entrevista que su objetivo inicial era hablar de plantas, ya que es un tema que le apasiona.
Una vez decidido el tema general, resolvió centrarse en el ginseng por dos motivos. En primer lugar, porque supone un puente económico, e inevitablemente cultural, entre Norteamérica y Asia y la globalización y la multiculturalidad son temas que, en lo personal, siempre le han interesado.
Y en segundo lugar (y principalmente) porque el ginseng es la planta que más y mejor conoce, pues pasó no pocos veranos de su infancia trabajando en las vastas plantaciones del pueblo en el que creció, lo cual le permite darle al libro, además del enfoque documental que buscaba, una pátina personal que marca la diferencia y añade interés haciendo que la historia fluya a un ritmo más dulce.
En esta ocasión, la trama no se cimenta únicamente en sus recuerdos, pues la historia se construye como un conjunto de entrevistas que dan voz a diversos agricultores y terratenientes del lugar y que se presentan intercaladas por capítulos que, a modo de crónica, nos van relatando la historia del ginseng.
Entre los entrevistados también encontramos a los miembros de su familia. De esta forma nos acercamos un poco más a sus padres y a su hermano Phil (quien dibuja algunas páginas del tebeo), de quienes ya nos había hablado en Blankets y nos sorprendemos descubriendo que Thompson tiene una hermana, Sarah quien, hasta ahora, por cosas del guion, había permanecido oculta.
El dibujo, es al que nos tiene acostumbrados el autor, dulce, suave y de trazo limpio. Lo que nos llama la atención en Raíces de ginseng, son los tonos. Si bien su última obra, Almóndigas del espacio, era a todo color, sus obras más adultas y personales siempre han sido en blanco y negro, pero, en esta ocasión, Craig Thompson ha decidido trabajar con el rojo.
La elección de este color no es casual. Los motivos no son meramente estéticos. El rojo es representativo del arte y la cultura chinas, país hermanado con Winsconsin a través del ginseng, además, la superposición del rojo con los distintos matices de gris, le otorgan al dibujo un tono sepia que recuerda a la tierra, tema central del tebeo, y produce un halo de nostalgia que, una vez más, nos hace viajar con el autor a lo más profundo de sus recuerdos.
Aunque originalmente el tebeo se concibió en varios volúmenes, Astiberri, editorial que ha publicado en España toda la obra de Craigh Thompson, ha decidido sacarlo en un único tomo de más de 400 páginas que nos hace sumergirnos de una vez en una historia compleja que habla del niño que trabajaba para comprarse cómics desde la perspectiva del adulto que sabe que en realidad está hablando del amor por la tierra, del trabajo duro, de la globalización, de la multiculturalidad, de la evolución y la revolución personal y de un etcétera infinito que incluye todos los temas y las emociones que pueden contenerse en una vida.
Las raíces de ginseng son las raíces de Craig Thompson.
Las raíces son lo más importante. Las raíces son todo.