Desde muy pequeño, David Kepesh experimenta una severa disociación entre su verdadero yo y la persona que los demás esperan que sea. Durante su infancia en el hotel de montaña que regentan sus padres, en sus años de instituto y más tarde ya en la universidad, incluso cuando se convierte en un adulto bien posicionado que imparte clases de literatura en Nueva York, el joven Kepesh libra una lucha constante por definirse, por llegar a saber quién es, qué espera de la vida y cuántas cosas está dispuesto a sacrificar para conseguirlo.
No lo tendrá fácil, pues para ello debe enfrentarse a las expectativas que el mundo ha acumulado sobre él: sus padres, judíos de segunda generación que se han hecho a sí mismos, depositan todas sus esperanzas en un hijo que continúe su particular versión del sueño americano; sus profesores, que tratan de estimular sus capacidades para convertirlo en un miembro destacado del mundo académico y literario; y las mujeres, que se empeñan en ver en él a su particular salvador, el prototipo de hombre honesto, amante y triunfador con el que desean compartir una vida feliz y convencional.
Pero David no siente en su interior nada de eso, más bien todo lo contrario: confusión e indiferencia por las normas y las convenciones. Y —sobre todo— deseo, el anhelo de un erotismo exento de responsabilidades, desenfrenado y transgresor. Por eso su vida transcurre en los parámetros de un personaje kafkiano, fingiendo adaptarse a una forma de actuar en la que no encuentra ni busca sentido, tratando de hacer suyos unos sentimientos que no logra profesar por mucho que se esfuerce en abrazarlos.
La novela acompaña a su protagonista a través de un periplo vital que incluye un triángulo sexual en Londres, un matrimonio fracasado en California y una terapia de psicoanálisis en Nueva York. Y finalmente, desemboca en una suerte de equilibrio que no deja de ser una renuncia, la desesperanza como el virus que acecha en lo más profundo de todos sus afectos, la incapacidad para comprometerse, el dulce oasis del momento presente frente a la amenazadora sombra de un futuro incierto. O, según sus propias palabras: “Dentro de un año mi pasión habrá muerto, y no puedo hacer nada por salvarla”.
--- Trilogía Kepesh: un viaje por los recovecos de la masculinidad ---
“El profesor del Deseo” pertenece a la llamada ‘trilogía Kepesh’, junto con “El pecho” y “El animal moribundo”, tres novelas en las que Philip Roth se sirve del mismo personaje para escarbar en las contradicciones de la masculinidad: el peso de la infancia, la pulsión sexual, las trabas de las convenciones sociales, la responsabilidad y el compromiso con uno mismo y con los demás.
Tal vez no sea la obra más ambiciosa de su autor, pues carece de esa aspiración totémica que irradian sus grandes novelas, aquellas en las que disecciona la cultura norteamericana —su noción de estado y sociedad, y cómo encaja el individuo dentro de ella— cual cirujano con su escalpelo. Pero tampoco es una obra menor (o, como rumiaba el profesor Amalfitano en la inabarcable “2666”, una sesión de esgrima): entre sus páginas resuena la voz de un maestro que no renuncia a mancharse de sangre, sudor y fango en su búsqueda de la verdad, aunque lo haga con un rabioso sentido del humor y cierto ánimo de divertimento.
Por lo demás, está narrada con esa prosa cruda y astuta que caracteriza a Philip Roth, a veces un tanto subordinada, orientada más a matizar la idea o el sentimiento que a la evolución de la trama, pero con esa capacidad de enfocar las verdades menos obvias, de traducir a palabras los instintos más soterrados y explorar las grietas que socavan el fuselaje del mundo.
Sin ser una novela optimista —la desesperanza y la nostalgia flotan sobre ella como el rumor de una coda lejana—, desprende un regusto entrañable, una franqueza descarnada que invita a mirar hacia el interior de uno mismo y enfrentarse a aquello que nos atemoriza. Roth en estado puro.